martes, 11 de noviembre de 2008

Todo lo que acontece sigue una misma distribución. En realidad el azar es parte de un desorden prefijado por nadie en particular. Por eso si te alejas y te alejas de cualquier tipo de caos, terminas por ver una pauta, invisible desde dentro, clara y nítida desde el exterior.
Supongo que esta es la razón por la que cuesta mucho menos entender qué está ocurriendo cuando no son tus emociones las implicadas en el hecho en cuestión.
Por ejemplo. M. Es el típico caso de persona que no encaja y que probablemente nunca lo hará. Es parte de un sistema que necesita de sus miembros marginales para existir. Y a M. le ha tocado la china. Y aunque lleve puesta siempre esa enorme sonrisa, sus inmensos ojos dicen otra cosa. Y sus palabras rotas... M. se salió del redil a los 13 años. Su cabecita de niña crujió por un instante y desde entonces ya no ha vuelto a ser la de antes. Ahora sólo puede mirar hacia atrás y sentir como el tiempo perdido le aplasta hasta el último hueso. Dejé de vivir para ser una espectadora y ahora no tengo fuerzas ni esperanza. Ni amigos, ni vida social, ni contactos en el messenger, ni afición por las drogas y el alcohol, ni pajaritos revoloteando en su imaginación.
Lo que le sobra es desgana y la certeza más absoluta que jamás he visto de que todo está perdido. Que alguien como ella nunca podrá ser como tú o como yo. Que ha perdido su oportunidad de engrosar la lista de ciudadana feliz y completa. Se ha creido una mentira y sobre ella ha edificado su propia destrucción. Manda cojones.
Ahora soy un mar de miedos, me dice. La chica rara de turno, pienso yo.

No hay comentarios: