viernes, 30 de octubre de 2009

Sombras

La habitación está completamente vacía, esperándome desde hace demasiado tiempo. Adentro el silencio es sobrecogedor, afuera los sonidos chocan sin parar hasta casi partir en pedazos mis oídos.
Me alzo de puntillas y husmeo el interior desde una minúscula ventana, tembloroso y cegado por una luz blanca y metálica, la misma que pintaba tus paredes cuando todavía tenías un lugar donde cobijarte.
Mi mano busca, aprisa y desatinada, la cerradura que me deje entrar.
Necesito escapar del lugar donde estoy, pienso, mientras miro hacia atrás. Alguien me persigue. Juraría que son varios y que vienen a por mí.
Además, la noche se me está echando encima y allí adentro, no sé cómo puedo estar tan seguro, no hay espacio para las sombras.

( Te conté este sueño el mismo día que te marchabas. Me dijiste que ya no mirarías atrás, que mi sombra había engullido a la tuya y ya era hora de ser libre. Respirabas aliviada porque sabías que en algún lugar te aguardaban aquella habitación, aquellas paredes. Lejos de mí y de toda mi negrura.
Supongo que tenías la fatídica certeza de que mis persecutores habitarían mi alma para siempre, que decidiste huir con el consuelo o la esperanza de no haberte intoxicado tú también).

lunes, 26 de octubre de 2009

Creo que hoy he estado lo más cerca que nunca estaré de escuchar una voz en mi cabeza. De hecho, durante una fracción infinitesimal de tiempo he creído realmente que las vocecillas que escuchaba provenían de mi interior. Ha sido como si alguien accionara el on de una radio dentro de mi cerebro. Y hostiás, vaya si acojona.
En realidad aún no me he vuelto loca, si nos ceñimos a los manuales de psiquiatría al uso; lo que ha ocurrido es que un tipo muy curioso y otorrino, supongo, me ha hecho unos moldes de los canales auditivos y, tras meterme los susodichos, primero, me he quedado completamente sorda para, después de sacarme el primero de los moldes, empezar a escuchar un rumor que no podía localizar proveniente del exterior.
Sé que es idiota pensar que sólo por introducirte una masilla azulona en la oreja puede desencadenarse en tus circuitos neuronales tal hecatombe. Es irracional y además imposible, soy consciente al menos ahora, recapacitando el asunto ya en frío.
Por suerte el ataque de desconcierto ha pasado veloz y después de desprenderme del segundo molde orejil he descubierto que sólo había padecido un episodio de audición monoauricular.
Su puta madre, qué susto.

viernes, 23 de octubre de 2009

Vivir es retornar eternamente a todos los lugares de los que queremos huir. Impulsados por una fuerza magnética e invisible hecha de un tiempo corrupto y traidor. Sentenciados desde el principio por el cuerpo que nos ha tocado en suerte. Atrapados en una espiral metálica de ecos silenciados.
Volver y escapar. Volver y escapar.

O. está de nuevo aquí. La fantasía se pulverizó en sólo unas horas. Demasiado poco tiempo para rendirse a la fatalidad.
He tenido una recaída, me explica cabizbajo sin apenas fuerza en la voz. Y yo no le pregunto por la cocaína que se ha metido ni le pienso restringir ninguna actividad. No creo que sirviera de nada. Sé que hubiera terminado en la cárcel, Esther.

L. hoy se marcha convencido de que todo va a ir bien. Sus delirios están ya confinados en algún compartimento secreto que él sabe de buena tinta que sólo la soledad podría abrir. Y por eso se ha marcado el férreo propósito de no desconectarse del exterior.
Han sido cerca de 10 años de reclusión, de desolación absoluta exenta de toda poesía. Porque la locura deja de ser romántica cuando tu madre tiene que marcharse de su propia casa para salvar su vida o cuando el material que te conecta a ti mismo y al afuera, se hace viscoso y es sólo mugre que no logras sacudirte de encima.
Pero hoy todo es diferente. El alta es la prueba definitiva de que el tiempo, los antipsicóticos, las sesiones de psicología y el mero temor al encierro han tenido sus efectos. Esperemos.

Y después estoy yo. Tentada en ocasiones a rebelarme contra una anatomía que no me deja vivir como yo quisiera; que me entorpece el paso y me putea, que no me da tregua ni apenas descanso.
Pero la rebelión sólo lo estropearía todo aún más; el lamento, la autocompasión, una jodida borrachera liberadora, un millón de gritos lanzados a ninguna parte, la negación de cualquier esfuerzo por mejorar las cosas, no me harían más feliz, para nada.
Por eso intento abrirme camino y enchufo radio 3 y escribo y echo fotos y escucho viejos cassettes y leo a Sam Savage y me río de cualquier absurdez y me doy a los demás... esos otros a los que poder amar de maneras tan diferentes.
Porque tiene que merecer la pena.

( Volver a la desidia para darle la espalda de nuevo. Volver y escapar. )

viernes, 16 de octubre de 2009

Hoy se ha marchado O.
Lo ha organizado todo para poder pasar la mañana en la playa.
La brisa, la arena bajo los pies, el cielo azul, la metadona, las miradas indiscretas y esa ansiada libertad te esperan.
Adiós al régimen hospitalario, adiós a ese seguridad de días contados que te salva y te condena y te protege de ese enemigo que llevas dentro, el más injusto de todos.

Para mí hoy el mar es un monstruo cruel y poderoso que se ha tragado a Lisa y la ha devuelto a tierra convertida en un residuo de carne despedazada. Puedo ver lo que queda de su bracito a través de una ranura de la bolsa mortuoria. Puedo emocionarme mientras le abre la cortina del baño a su hermana que se queda pasmada y oculta tímida su desnudez, para soltarle cualquier trivialidad y seguir a lo suyo.
También puedo sentir el dolor de Keith, la espiral de autodestrucción y abandono a la que se ha visto abocado después de perder el sueño de una vida enmendada, después de invertir todos su esfuerzos en construirse un espejismo que día a día iba mutándose en algo más real.
( y de nuevo el desierto; y el terror a quedarte sin motivos).

Pero volvamos al universo palpable.

Y a O. Heroinómano esquizoafectivo que ha perdido ya la cuenta de tanto ingreso. Con su pelo gris rizado sobresaliéndole por todos lados y sus dientes estropeados y esa humanidad sepultada entre kilos de melancolía y derrota. Con el deseo de amar intacto escondido tras unos ojillos tristes y una sonrisa siempre volcada hacia afuera. Quiérete más, le habré dicho un millón de veces.

Y a mi cuerpo que vuelve a fallar. A mi amplificada conciencia de un fin cercano e inevitable y a mi empeño en creer que los finales previstos son los que más tarde suelen llegar.

Y la buena noticia de que Jaime por fin ha cobrado el seguro que le permitirá volver, quizás, a ser alguien parecido a quien un día fue. Porque el dinero restaura dignididades y transforma vidas que ya han agotado todas las salidas. Y Jaime vivía en un callejón donde ya no entraba la luz.

( El fin de semana por delante para frenar las arritmias. Sonríe, me dijo alguien y nunca dejo de hacerlo aunque a mi corazón se le tuerza el gesto).
Fantaseo con experiencias prohibidas y me digo que todo está mejor así.
En el territorio de lo razonable puedo moverme sin miedo a sentirme arrasada por dentro en el momento más inesperado, sin la amenaza constante de romperme en mil fragmentos desprovistos de identidad y destino.
Me he rendido o he evolucionado.
He cambiado de disfraz para seguir siendo la misma o mi nueva piel me ha engullido hasta hacerme casi desaparecer.
He domesticado a la fiera por decisión propia o sólo ha sido el paso inevitable del tiempo empujándome en la dirección que se supone tenía ya marcada, la única disponible dadas las circunstancias.
Soy aquello o soy lo otro; el contenido y la forma en perfecta armonía o sólo un reflejo desdibujado de una idea escurridiza y desenfocada.

Y así hasta el infinito con forma de una interrogación sin final.

viernes, 9 de octubre de 2009

Hace muchos años me regalaron por navidades un disco que se llamaba la época de las flores.
Ya entonces sentía una extraña sensación mitad tristeza mitad decepción cuando recibía un regalo.
Daba igual que me gustase o no; me sentía invadida por una pena que no lograba comprender.
De hecho, puedo hacerme unas cuantas conjeturas pero continúo sin encontrarle el sentido completo a aquella reacción que todavía sigue chafándome algún que otro momento.
Es como si no pudiese cumplir con la expectativa prefijada de presunta y lógica felicidad que los demás ponen en mí; como si de alguna extraña manera creyera que no merezco esto o aquello; como si lo que recibo fuese insuficiente, incompleto, un fraude. Ni idea, la verdad.

El caso es que todavía sigo buscando aquel disco por internet.