domingo, 22 de junio de 2008

Mis venas azules. Tan azules como mis Nike. Como tus ojos acuáticos que me huyen al pasar. Mis venas escondidas tras las paredes blancas de mi piel. Llenas de sangre y de vida, de tóxicos y de minúsculas células que sólo me pertenecen a mí. Pasillos infinitos donde nunca entró el sol. Oscuridad que palpita y me permite existir.
Cae la lágrima de cristal sobre el rostro ajado.
Y según cae desgarra lo que encuentra a su paso.
Y la sangre brota lenta, sucia, hasta enquistarse en ese rostro ahora ocre, casi muerto
Y no hay manos que calmen ni limpien las heridas.
No hay aire para respirar.
Sólo un rostro ya sin lágrimas ni vida.
Sólo un reflejo pálido de lo que un día pudo ser.
Si me sueñas hazlo despacio, con los ojos bien cerrados y los puños abiertos . Hazlo con delicadeza. Dáñame sin que lo sienta. Si me sueñas no tengas prisa. Sé infinito y hazme infinita. Vomita sin parar mi alimento . Hazme que duela y vuelve a empezar. Si me sueñas estarás perdido. Será una condena de la que no querré librarme . Moriré con cada uno de tus pasos. Inventaré razones para adherirme a tu aliento y traspasarlo y traspasarme y quedarme sin aire ni motivos. Si me sueñasme tendrás eternamente o quizás no me tendrás nunca. Construiré unas cadenas de la nada que hagan sangrar mis muñecas, que asfixien mi alma. Si me sueñas desatarás todo el odio que yace junto a mis deseos. Mi imaginación irá más rápido que tú, paralela a la realidad, de espaldas a lo que tú eres. Si me sueñas no te dejaré libre. Seré esclava de tu ausencia . Dueña de tu ignorancia.
Estaba siendo un verano insoportable. Hacía tanto calor que nadie se atrevía a moverse de donde estuviese. La ciudad estaba desierta. Apenas circulaban coches. Y el reloj había enlentecido su ritmo . Parecía que hasta el tiempo se había puesto en nuestra contra.

Reinaba una claridad que lo enrarecía todo . El paisaje era blanco, sin matices, estático. Todo estaba dispuesto para obligarte a sentirte fuera, como un extranjero o un transeúnte que mira los escaparates.

Era una época ideal para la locura, para emborracharse o para huir lejos. Estábamos cegados de tanta nitidez y tanto silencio. Tan cegados que dentro sólo había caos. Un desorden que sólo deseaba negarse a sí mismo.

Fue un verano extraño.
A lo lejos se oían voces. Y risas. Incluso creía oír al verano entero entonando una canción propia de estrellas y asfalto, de idas y venidas de desconocidos que le hacían sentir en casa.

Ese sonido del verano fue lo más cercano que encontró nunca a la perfección. Tumbada en la cama, desnuda, soñando y dejándose llevar por el ruido de fondo que la acunaba y la sumía en el más bello presente. Que la despojaba de cualquier interrogante para asumir la vida como una afirmación eterna y contínua.

Se hacía tarde. Ya no esperaba el amor. Ya no confundía lo que de verdad necesitaba con lo que le hacía daño.

Sólo deseaba estar. Atenta a ese afuera que la calmaba por dentro. Que nada la pedía a cambio.

Atenta al sonido del verano.