lunes, 18 de enero de 2010

Noche de Noviembre

Era viernes por la noche y como todos los viernes de los últimos tres, o quizás, cuatro, últimos años, tocaba explotar y perderse buscando intensidades, dándole la espalda en actitud kamikaze a cualquier atisbo de sentido común, que de eso ya andaba sobrado el resto de la semana.
Aquella noche aterrizamos en el bar de siempre, el de los baños eternamente encharcados y la minúscula pista abarrotada de cuerpos jadeantes cegados por la mejor música y por los litros de cerveza y calimocho que volaban de mano en mano.
Primero fueron unas caladas a un porro de maría que una desconocida me pasó de forma mecánica, casi sin mirarme a la cara, y después, antes siquiera de haber dicho un "sí, quiero", ya tenía aquel papel estúpido y reseco chocando contra mi lengua.
Seguimos la ruta habitual y yo ya empezaba a sentirme raro. Todavía no encontraba una definición para lo que me estaba pasando, pero mi percepción se estaba alterando y una ligera inquietud comenzaba a posarse sobre mi ánimo trastocado.
Fue en mitad de la oscuridad fluorescente del segundo garito cuando Laura, la chica excesiva e inocente a partes iguales, que terminaría siendo mi mujer, me dijo con su dulce sonrisa y sus enormes ojos cargados de rimmel clavándose en los míos, que acabábamos de meternos algo potente: un tripy de dooooble goootaaa....
Zas! Fue justo cuando Laura acabó su frase densa y pegajosa, cuando mi mente resbaló y cayó en un espacio macabro. Mi cabeza había dejado de ser un territorio conocido y el exterior era un lugar aún más extraño e inabarcable.
Salí aprisa a la calle. Quería escapar de mí, de aquella noche copia deforme de otras noches, de aquella neblina pálida de aquel Noviembre maldito.
No me podía estar pasando esto a mí.
- ¿ qué coño te pasa, tío?
No sabía qué decirla porque en realidad yo ya no era yo y ella, dios, ella era una figura distorsionada y monstruosa a la que no me atrevía a mirar.
Subimos la calle. Yo andaba a toda prisa sin volver la vista atrás, aterrado por todo lo que iban captando mis sentidos. Los edificios se inclinaban hasta casi tocarse unos con otros, una distancia infinita me separaba de todo lo que me rodeaba, los objetos pesaban como toneladas de metal y el flujo de mis pensamientos se había transformado en un código robótico y ajeno.
Pensé en el grito de Munch, en aquel cuadro que ahora entendía a la perfección, en un mundo ondulante y lisérgico, en que sería capaz de cualquier cosa por salir de aquella jodida pesadilla, lo que fuese.
Esto es lo peor que me ha pasado jamás.
Quién soy ahora, me preguntaba una y otra vez. Y es que lo que hasta hace unos momentos había sentido como mi identidad se estaba diluyendo de manera fulminante. Lo peor era sentir la posibilidad de que todo esto fuese irreversible. Quizás a partir del siguiente segundo no habría marcha atrás, quizás había traspasado una frontera que quedaría sellada para toda la eternidad.
Joder, joder, esto no puede estar pasando, me repetía desesperado, con el miedo ensañándose conmigo, su jodida víctima por error.
El pánico me iba ganando la partida a pasos de gigante. Cada vez las sensaciones eran más insoportables, más incisivas. La realidad se me escurría, difuminándose al borde de un abismo al que, imbécil de mí, yo mismo me había lanzado.
Me estaba perdiendo en un laberinto oscuro y cruel, y me iba a quedar solo para siempre, enjaulado en un yo hecho añicos, a años luz de lo que un día fui, de lo que hubiera podido ser.
- tócame , háblame de mí, no pares, le suplicaba a Laura, mientras me agarraba como un naúfrago a la deriva a sus palabras o al tacto de su piel o a una canción que se escapaba de la puerta de un bar y que mi yo en extinción reconocía como otra pieza de anclaje a mi antigua realidad.
Andamos durante horas, abrazándonos con la deseperación de los finales no elegidos, hasta que mis enormes pupilas dilatadas se fueron encogiendo y el aire frío de la noche fue entrando en mis pulmones.
Creo que volví de aquel fatídico viaje, aunque no estoy seguro de haber vuelto a ser el mismo desde entonces.
No dejo de preguntarme qué habría sido de mí si me hubiera saltado aquella noche de Noviembre.

jueves, 14 de enero de 2010

(Hacia donde vas. Mientras caminas lenta por la arena mojada y te empachas de sonidos que articulas desganada. Al levantar la cabeza y esforzarte por mirar arriba, más allá del concepto intruso que oscurece lo invisible. El océano sin fin de lo sentido se ha vertido en un compartimento estanco con código de barras y ticket, por si acaso, necesitas cambiarlo. Darle la vuelta a la mentira es mucho más fácil que quedarte sin nada)

(Todos los días me ocurren cosas. Demasiadas. Tantas que no hay tiempo para escribirlas. Para pensarlas. Tantas que hoy sólo sería capaz de mandarte un telegrama o dejarte un possit en la nevera. Un te quiero sería más que suficiente)

( Me gusta la sonrisa y la manera de estar de una mujer de la que ni siquiera recuerdo el nombre. Ella me toca y me mira como si pudiera entrar en mí y eso me hace sentir pequeña y feliz. Últimamente me esfuerzo en casi todo porque hago las cosas que quiero hacer. Estoy, sigo, a 3 milímetros de la catástrofe. El último tac es un motivo más para estrujar los segundos que aún me quedan por delante)

( Siento miedo aquí subida. Casi todo es perfecto y la vista es como un abrazo de todo lo que un día perdí)

miércoles, 6 de enero de 2010

Paseamos por el paisaje volcánico de Malpaís y nos impregnamos de la brisa marina y respiramos el potente olor a salitre. Hace calor y apenas nos cruzamos con un par de excursionistas y un tipo extraño que, de lejos, se nos antoja un salvaje o un delincuente.
Después comemos en la cofradía de pescadores y le alegramos el día a un gatito de motas marrones y ojos verdes que devora varios trozos de pulpo y de calamar que le lanzo al suelo.
Una parada en casa de Sonia para no caer en las garras de una siesta que después por la noche pasará factura y cierre del día en el sillón deshilachado a golpe de zarpazos gatunos, mientras vemos una peli y otro capítulo de miénteme y yo lucho desesperadamente contra mis párpados que se empeñan en cerrarse, en caer, en raptarme...
Ya me está pasando otra vez.

lunes, 4 de enero de 2010

Anoche tardé en dormirme cinco siglos por lo menos y esta mañana la mezcla de sueño, mocos y cuelgue absoluto, me las ha hecho pasar realmente putas en el curro.
Para complicarme un poco más la existencia han aparecido por el hospital dos estudiantes de psicología y tres de enfermería, con lo que, sumados a los veintitantos pacientes de la planta, hoy habré hecho el ridículo ante casi treinta personas con sus respectivos sesenta ojos testigos de mi desvarío. Casi nada.
Espero poder reparar mi dignidad con una sobredosis de descanso y algún ataque de ingenio y concentración que me ayude a deshechar la posibilidad de un Alzheimer inminente, ante mí y ante los sesenta ojos, claro.

Por suerte la tarde me ha sorprendido con una siesta curalotodo, un paseito de la mano de mi chico y una peli de zombies y rockandroll.

( pienso en mi necesidad de un sexto sentido que me ayude a valorar y a aceptar sin más lo que captan mis otros cinco, y un séptimo que borre de un zarpazo toda la información sobrante que me daña, da igual que no sea cierta..)

domingo, 3 de enero de 2010

Mi sitio

Si de algún lugar puedo decir que es mi sitio, mío y sólo mío, ese lugar es mi habitación.
En realidad debería de utilizar el plural, porque dos han sido las habitaciones que, al menos, quedan en mi memoria.

La primera murió arrasada por la barbarie de un alquiler de tres al cuarto. La culpa la tuvo la desidia de mi madre, que como no echaba en falta la suma mensual en sus cuentas, no quiso percatarse del destrozo al que mi casa estaba siendo reducida.
De eso nos dimos cuenta en nuestro último viaje a Madrid, hace apenas dos meses. La casa se había quedado vacía porque detrás de la crisis vienen este tipo de cosas, y aprovechando que había que echar un vistazo antes de volver a colgar el cartel de se alquila, fuimos a reencontrarnos con un pasado al que echábamos en falta después de 8 años veloces sin pisar aquel parquet de tonos marrones que había visto crecer con dulzura el tamaño de las suelas de nuestros zapatos.
Nos encontramos ante un espacio que ya no era el nuestro. Sucio, maltratado, corrompido, violado por otra gente que yo imaginaba en aquellos instantes como monstruos insensibles de diez cabezas devoradoras de mis recuerdos más preciados.
Y entre aquella cochambre estaba la que fue mi habitación. La misma que dejé entre lágrimas hace ya tanto mientras descolgaba los últimos pósters de mis paredes amarillas. Recuerdo que fue precisamente en ese momento cuando rompí a llorar, sí, entre chinchetas y restos de pintura desconchada fue donde tomé plena consciencia de que el tiempo es un jodido traidor que te seduce pero que nunca vuelve.

Mi otra habitación es el lugar donde ahora duermo, donde me desvelo, donde hago el amor y donde sueño.
Todavía cuelgan en mis paredes, ahora moradas, restos de mi primer refugio: el dibujo que Pedro me mandó desde la cárcel , el póster de Kurt Cobain que Sonia me trajo de Londres, las entradas de los conciertos de aquellos años sucios e intensos.
Y se confuden, entre los restos de mi pasado, los restos de mi presente: las fotos en los corchos de personas y animales que quiero, el calendario que Dani me trajo de Roma cuando todavía no sabíamos que nuestro tiempo iba a ser un proyecto a medias, apuntes y cuadernos, kilos de ropa, botes de colonia, joyeros y abalorios que apenas utilizo.
Y todavía sigo sintiendo mi habitación como un espacio propio, individual, difícil de compartir.
Un reflejo y una copia exacta de todas mis imprecisiones.
Por fin he recuperado todo el sueño que me faltaba. Y parte de la culpa la ha tenido un soberano constipado que agarré, si las cuentas no me fallan, allá por el martes, regresando de la playa. También he notado un movimiento interno de reajuste neuroquímico que me ha serenado las emociones y ha fulminado, o casi, la nube de dispersión y melancolía que me venía persiguiendo como una sombra entrometida y a la que quizás invité, de tanto imaginármela.

En fin, que ya comienza el 2010 y a mí lo que realmente me importa es que los resultados del tac me dejen más margen para hacer todo lo que aún me queda.
Para serenarme y para revolverme, para emocionarme como una cría y para amar mi reflejo en tus pupilas, mi imagen imaginada en tu imaginación y en la mía.

sábado, 2 de enero de 2010

Puede ser un buen principio: una cancioncita de Collective Soul al despertar antes de salir a la calle a que me dé el sol de un Enero vestido de isla y de agua del mar.
Puede ser que estos últimos días me haya dejado arrastrar por una fuerza sin ímpetu ni dirección, por un sentimiento ocre de rendición ante el enemigo de adentro.
Descreída de mis posibilidades, ajena a las luces del cielo sin final, enroscada en un miedo que vive conmigo, con el que sólo me queda pactar alguna clase de tregua.

Y es que después de todos mis logros no sé qué vendrá después.
Y es que me muero por sentir y esa urgencia me tiene atrapada en un agujero de negaciones.
Y es que echo de menos a personas que se han ido para siempre y a otras a las que no sé si podré querer alguna vez.

Pero la melodía va a seguir sonando. Desafinada o entonada, da igual.
Que suene y que me lleve con ella.