lunes, 25 de abril de 2011

Tori Amos canta a mi lado. Casi susurra en mis oídos. Su voz es dulce e intensa. Es la voz que busco. Una melodía inofensiva que me ayude a pensarme. Que me deje escapar durante unos segundos de la hoja de ruta que llevo cosida a los ojos: si oculto el paisaje, me oculto yo.

Hace unos días tuve un extraño lapsus: tú y nosotros, le dije a Dani.
Ahora soy un poco los dos. Huyendo de la soledad infinita. Paseando cogidos de la mano junto al mar azul. Estrenando por fin el horno de la cocina rojo-fuego del salón verde y negro que acabó con una casa que olía a fecha de caducidad y chapuceo. Escuchando los cds que compré culposa en uno de mis arrebatos de chica consumista. Viendo una peli a primera hora de la mañana desparramados en el sillón. Besándonos antes de dormir como hacemos siempre. Escuchando a Tania hablar sin pausa de toda una vida construida de pedazos de otros, tan banal y tan apasionante como la de cualquiera.

Tú y nosotros cenando. Me cocinas porque sueles hacerlo y hoy lo haces porque tengo una contracción muscular y me duele. Y me haces sentir en casa mientras me cuidas. Me entregas una seguridad que es solo nuestra.

(hoy hablo casi una hora con Ana al teléfono; no la conozco; es médico de familia y escribe y tiene un programa de radio donde pincha blues y un día un tipo que salió de pronto de entre unos árboles le quiso vender un libro y terminó contándole su vida de esquizofrénico en su programa radiofónico; nos gustamos y me lanza una indirecta que me hace soñar; quizás colabore en su pequeño programa; quizás la radio sea un bonito lugar para)

martes, 19 de abril de 2011

J. me ha contado un secreto. Necesitaba vomitarlo y me ha elegido a mí. Me ha hecho prometerle que todo quedaría entre nosotros. Voy a ser la única persona que sepa por qué J. está destrozado. Porque si te pasan ese tipo de cosas, te rompes para siempre. No hay salida en el infierno. No vas a escapar nunca de tanta negrura, lo sé. Y seguirás, lo quieras o no, la senda violenta hasta volarte los sesos o destrozar al primer imbécil que se te cruce en el camino. O lo que es peor: seguirás vivo aguardando el momento del amor que jamás llegará.
( me suplicas en silencio que te quiera, derrotado y desdentado, hinchado y con un hilo de voz rota, pero ya sabes la respuesta a tus deseos torcidos, sabes que el final fue parte del principio)

El aire en el psiquiátrico empieza a hacerse irrespirable. Estoy jugando a muchos bandos sin cambiarme de disfraz. No puedo reprimir la náusea que me produce tanto fascismo. Y si la náusea explota, me tendré que marchar o le tendré que escupir en la cara a demasiada gente.

( por la tarde duermo como un lirón, me felicito por mi tenacidad y los pequeños progresos en el gimnasio y me dejo querer entre protestas y quejas tontas y todos los momentos del amor que J. hubiese querido presentir. Y que yo he dejado de esperar para abrazarlos, sin más )

lunes, 18 de abril de 2011

Hoy he conocido a Janet, una americana de unos 50 años, con la cara lavada, el pelo rubio alborotado y unos enormes ojos azules. Me ha hablado de su proyecto de arteterapia del que espero ser testigo excepcional. También me ha escrito un email poco después de nuestro encuentro diciéndome que le había gustado encontrar a alguien como yo. Sé a lo que se refiere. Soy una maniática de la desobediencia empeñada en ocupar siempre algún papel protagonista en las historias que me toca vivir.
- papá, yo no quiero ser la narradora, yo quiero ser un personaje, le inquiría al padre que perdería muy poco tiempo después, mientras juntos preparábamos una obra de teatro del cole.
- seño, ¿por qué no me elige a mí? protestaba Esther la niña el día que a la seño le tocó la extraña tarea de escoger al alumno más listo de la clase.
A día de hoy me siguen escandalizando cosas parecidas. Y me peleo con mis superiores y les pierdo el respeto porque no sólo estoy cargada de ideales. Es que además sigo creyéndome importante o quizás todo lo contrario, nunca se sabe.
Entre nuestros dos cuerpos yace el gato.
Unos centímetros nos separan mientras el gato, ajeno a cualquier distancia,  descansa arropado por nuestra piel y nuestro olor y el calor que todavía emanamos.
Y miramos la pantalla del televisor.
Nos esquivamos entre fotogramas en blanco y negro y una musiquillla atronante y unos personajes inverosímiles e inmaculados. Cine a raudales para una tarde de domingo que terminará con su mano entrelazada a la mía y mi sonrisa dándole esquinazo a mi obstinación.
Como cada noche, nos besamos apasionadamente.
Al cerrar los ojos me percato de todo Ahora sé que le quiero. Que hoy tampoco dormiré en condiciones. Ahora sé lo que me importa.

domingo, 17 de abril de 2011

Día gris de silencios. Duermo durante toda la mañana.
Hoy no tengo ganas de tener ganas de nada. Hoy me dejo abandonarme.
Mientras retumban en mi cabeza los reproches y el hastío, mi cuerpo va cediendo terreno a la nada de un sueño blanco, mudo.
Y del dolor presentido, del cansancio del que lleva demasiado tiempo en el mismo sitio, vuelve mi necesidad de recogimiento. Hundirme otra vez en las palabras. En la tibieza de un texto que se me resiste, que me seduce, que me dibuja una mueca única e íntima  de satisfacción de la buena.
A veces, echo de menos mi tristeza y me aterroriza dejar de sentirme. Otras, solo escapo con el piloto automático a todo volumen, para así no oírme demasiado.