lunes, 16 de mayo de 2011

No se tata de magnificar lo ocurrido, pero es que ha sido cojonudo.
Apenas había dormido con la dichosa tos y los mocos. Apenas me tenía en pie y mi consciencia rozaba la obnubilación total. Taxi hacia el psiquiátrico por la autovía nueva. Tensión y nerviosismo contenidos y grupo de buenos días.
( E. está demasiado sedado solo porque la doctora le encontró la semana pasada más alegre de lo esperado y le subió la medicación (eso me asegura y que se le queda la cara dormida y se siente como paralizado y le duelen las piernas); B. interrumpe constantemente a los demás y persevera en su discurso, siempre las mismas cuatro frases, y no es capaz de repetir la fecha de hoy ( Esther, por favor, déjale en el grupo, le recuerda a su época en Proyecto Hombre y le hace sentir bien); M. protesta y repite que está cansada, aunque hoy lo hace con menos insistencia, es la medicación que la tiene colgada; J.M. habla en clave, traduce, le digo entre risas, y él sonríe y se esfuerza por organizar su pensamiento disgregado y estelar).
Yo estoy dividida: atenta a todas las palabras que flotan en la sala y a la puerta que en breve podrá abrirse o no. Se abre y salgo disparada. Lo hemos dispuesto todo para que hablemos. Es el jefe del  servicio, el que está por encima de los demás y ha de saberlo. Me escucha tranquilo y afirma con la cabeza. El proyecto sigue adelante. Perplejidad absoluta. Desconcierto. Subidón. Nadie hubiese dado un jodido duro porque se posicionara de mi lado (Tania sí porque Tania cree en la justicia natural de las cosas).
Descuelgo el teléfono y de mi boca arrancan extasiadas dos palabras: hemos ganado.
Hoy abandonaremos el psiquiátrico contentas, descubriré una maravilla de blog de una chica de 14 años, guapa la mires desde donde la mires, dormiré al lado de Dani una siesta sin sobresaltos, soñaré con mi profe de fotografía y el curso nuevo que he visto anunciado en la red, merendaré un Nesquik con galletas y escucharemos admirados el discurso impecable y desolador de Garzón.

Justicia. Hay veces que llega y otras que se nos escurre. Lo único que importa es no dejar de buscarla.

(mi madre al teléfono, sí, casi lo había olvidado...)

domingo, 15 de mayo de 2011

Últimamente me siento invadida por una extraña sensación de gratitud. Me paso cuando, en una situación determinada, en mi cabeza suena un click y paso a ser la que observa con ojos alucinados las escenas que otro diría que son mi vida.

Toma uno: entro por la puerta de casa y un gato gordo se lanza a entregarme su bienvenida esquiva y gatuna, y Dani me dice que me quite las deportivas en el salón, y me quedo mirando el suelo de microcemento y siento el abrazo de una noche templada y tranquila; perfecta, quizás.

Toma dos: estamos los cuatro en el sillón: Dani, Pica, Tania y yo. En la pantalla de la televisión, También la lluvia. En mi mejilla unas lágrimas que se van deslizando al compás de un final poco creíble y esperanzador. Detrás del desencanto puede esconderse una posibilidad.

Toma tres: es la barra del bar donde solemos tomar algo por la mañana. Hoy ha sido un día intenso e injusto y allí mismo Cachi, iphone en mano, me enseña el correo que acaba de recibir. Es Janet y nos dice cosas tan bonitas y tristes que vuelvo a llorar. No me escondo de nadie y se me pasa rápido, apenas un pinchazo de rabia y amor.

Hay más tomas, en algunas está Sonia en la orilla de la playa, hablando y escuchándome sin parar, con su bikini a rayas naranjas y blancas y ese cuerpo robusto y contundente que nunca ha sabido apreciar; en otras estoy yo, sola, disfrutando de una tarde cualquiera, callejera, consumista, buscadora.
Y las risas del viernes a última hora de la mañana con E. tirado en el suelo simulando una cama de agua, y el careto que se me quedó esa misma noche viendo una obra de teatro absolutamente absurda e incomprensible, y el último libro sobre psicosis que leo, tan lleno de auténticas revelaciones...

También han pasado cosas que no son dignas de mi gratitud. Pero hoy no importan. Jamás lo han hecho, en realidad.

lunes, 9 de mayo de 2011

No sé si con este sueño podré articular varias frases seguidas con sentido. Pero que no sea por no intentarlo.
Ha sido un fin de semana de remontada, después de unos días extraños y melancólicos. Sabía que la luz volvería a brillar, que solo era cuestión de charlar un ratito con Dani, de enamorarme de una historia, de reírme con Justo al otro lado del teléfono, de pegarme una juerga con la gente que quiero, de dormir sin prisas...
Solo era cuestión de desearlo, al fin y al cabo.
Porque sería injusta si me dejara arrastrar por la desesperación y el abatimiento. Borrarme del mapa cargándome de hastío sería una auténtica pérdida que no voy a permitirme.
Prefiero sonreír y continuar la lucha:  resistir es la consigna.

(tengo un nuevo proyecto en la cabeza, algo que de materializarse podría suponer una importante aportación a esto de la salud mental y sus usuarios; me cuestiono si mi inflexibilidad con lo que percibo como flojera moral en los otros no es más que humo e inconsistencia; sé que tengo suerte cuando Dani me asegura que hará todo lo que esté en su mano por hacerme feliz; la distancia con mi madre se dilata y se llena cada vez de más silencio; ver al gorrión en verano, tumbarme en la piscina, escribir algo importante...)

jueves, 5 de mayo de 2011

"Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo". Así comienza la historia. Con una declaración de intenciones de un niño que decide dejar la escuela para subirse a un ciruelo a contemplar el cielo y la misma nada.
No hacer nada... tentador y aterrador al mismo tiempo. Porque si dejase de hacer cosas dejaría de creer en ellas, aunque por otro lado, el hecho de hacer y hacer no termina por convencerme de nada.
Quizás, solo es cuestión de autoengañarse y hacer como que esto o aquello es importante. Te puedes dejar guiar por pequeñas punzaditas de placer, da igual si es un placer con sabor a sucedáneo. Paladéalo y a callar.

La cuestión es que si paras, estás perdido. Perdida.

(tarde de miércoles, decido salir a dar una vuelta, paso por una librería y me voy a inspeccionar el nuevo local al que van a trasladar el gimnasio, me cruzo con un compañero de trabajo y nos dedicamos a marujear un buen rato, en la bandeja de entrada hay un correo del gorrión en el que me dice que estoy guapa, que se ha emocionado al leerme y me ha sentido más cerquita, fantaseo con mandar a la mierda Saltando Muros porque a César hoy le ha faltado honestidad y yo me he roto un poco por dentro, duermo mal como todas las noches y me levanto saturada de incredulidad)

martes, 3 de mayo de 2011

El día se va estirando como un chicle pegajoso que poco a poco se va quedando sin sabor. Estoy amodorrada y el aburrimiento hoy me ha inmovilizado. Pensaba haber escrito un artículo que debía haber escrito hace tiempo. Un paseo por la playa. Una sesión de photoshop para las fotos de Budapest. Y nada. Solo deambulo y duermo y como. Y cuanto más terreno le cedo al abandono más alas le doy a mi imaginación. Y me pongo sádica e injusta hasta enmudecer. Cuando, en realidad, lo único que deseo es gritar.

(navegar por la red sin prestarle atención a nada, dejar que el sol queme mi piel, esperar algo, un estallido que me divierta, alguna salida hacia ningún lugar)
Paseo de domingo lluvioso. Hacemos una parada en una sala donde exponen fotos. Son imágenes sin alma. Enormes reproducciones fallidas y mediocres. Una auténtica tomadura de pelo si lo que buscas ahí dentro es algo de conmoción.

Volvemos a intentarlo y entramos en otra sala. Es gratis y no tenemos nada mejor que hacer. Y de nuevo me sobreviene la decepción. El tipo que ha pintado esto no me gusta. Por suerte hay una última serie de retratos incompletos con textos escritos a lápiz. Me gusta el más tonto de todos: uno en el que la Reina de Corazones le dice a Alicia algo así como que ella antes de desayunar ya ha pensado en cinco cosas imposibles que hacer.

Con el cine últimamente tengo más suerte. Incendies me deja alucinada. Mi punto débil son las mujeres fuertes. Las mismas que pueden empuñar un arma y perdonar a su enemigo. Las que creen en algo y no se dejan gobernar. Stone también me gusta. Hay que echarle huevos y destreza para crear con un par de pincelas unos personajes tan miserables y jodidos. Sin demasiadas concesiones, que para las medias tintas ya tenemos la vida real.

Y ya puestos, he de reconocer que hace tiempo que no me leo un libro que me haga disfrutar. Me paso la vida en la blogosfera y de vez en cuando cae en mis manos algún artículo con el que calmo mi conciencia adiestrada en la idea de que sin una formación permanente no dejaré de ser una más del montón. Como esas personas que pasan a tu lado sin pena ni gloria y que solo dejan rastro en pobres desgraciados a los que engañan como se engañan a sí mismas. Saturadas de tanta hoquedad. Penosas. Cutres. Y engreídas, las muy imbéciles (rostros nítidos se dibujan en mi cabeza, como el de ella, la que ha estado a punto hoy de tumbar a un paciente porque se ha pasado con la dosis de tranquilizante. Con haberle escuchado dos minutos habría bastado. Ignorante).

(hoy me he pasado media mañana con un gatito que ha aparecido en el motor del coche de Cachi; he ido a gimnasia y las pulsaciones me la han vuelto a  jugar y yo le he dicho a Carmen, la profesora, para así conseguir creérmelo, que no pasa nada, que me lo voy a seguir currando hasta que lo consiga, que hay muchos marfanes que no la palman jóvenes y yo seré una de ellos; la muerte resulta menos amenazante cuando por fin logras creerte que eres tú quien dirige tu vida).

Buenas noches.

domingo, 1 de mayo de 2011

Algo me urge por dentro. Son los sueños dormidos. Es el deseo insaciable. El caos arrepentido.

Hoy es primer domingo de mayo. La voz de mi madre suena remota y cansada al otro lado del teléfono. Como de costumbre, nos intercambiamos un manojo de tópicos y lugares comunes inmunes a cualquier atisbo de emoción encontrada. No sé cuando se instaló la imposibilidad entre nosotras. Tampoco tengo certeza alguna de a quién corresponden las culpas. Ni siquiera podría afirmar con contundencia qué siento al respecto. Sólo intuyo un abismo en mi corazón. Un silencio detrás de las palabras. Un vacío que relleno con la rabia y los recuerdos que aún permanecen.

Estos últimos días he estado áspera. Inquieta. Disconforme. A veces me ocurre. Y me comporto como una niña malcriada. Y entonces me escudo en un millón de condiciones y exigencias para dejarme querer. Hasta que el ciclo se rompe y dejo de forzarme en dirección alguna. Y transito senderos donde no existe el miedo ni la desidia. Espacios reducidos donde mi conciencia es calma y es blanca.

(mi cabeza bulle y mi letra es torpe; querría quedarme solo con lo indispensable para explotar por dentro sin rebasarme)