viernes, 21 de agosto de 2009

Reunión de los viernes.
Abro y cierro la pesada puerta de la primera planta con el manojo de llaves que llevo siempre encima. Lo hago automáticamente, aunque bien pensado cualquiera podría escaparse de este sitio. Un pequeño despiste del personal y la calle es tuya.
Pero no nos engañemos, aquí las cerraduras las impone el miedo, la indiferencia exterior y la soledad a la que te condena una mente rota.
Los muros ahora son invisibles y más sólidos.
La lucidez y la pena os han cortado las alas. Alabados sean los antipsicóticos.

Comienza el desfile de personal. Psiquiatras de pelo alborotado y al borde permanente de un ataque de nervios, beatas inestables con hiel en la sangre y miel en las intenciones, pijas impecables que no ven más allá de los escaparates de sus tiendas preferidas.
Y una enfermera vestida de neutralidad que todo lo dice en diminutivo, cojoncitos con la niña.
Y una residente aburrida que manda mensajes desde su móvil y echa la cabeza para atrás una y otra vez en un gesto sugerente y lánguido de chica de anuncio veraniego.
Y las trabajadoras sociales que son mujeres sencillas y dicen poca cosa.
Y el jeje de enfermería que tampoco dice demasiado y lleva unas manoletinas blancas que le dan un toque delicado y hortera.
La culpa de todo la tendrá el calor, será eso.

Uno a uno se va haciendo un repaso a todos los pacientes. Los que ostentan la sabiduría juzgan y opinan y deciden y yo meto baza todo el rato aunque en realidad pocas veces me preguntan. Hoy hay que decidir si L. puede salir de permiso. Yo digo que sí conteniéndome toda la mala leche que me provoca la falta de interés que reina en la sala, la ubicación tan injusta del poder.
Unas horas más tarde L. perderá la compostura y habrá que subirle la medicación. Y es que lleva 4 meses sin pisar la calle pero aquí están prohibidos la furia, la frustación y los malos modales. El criterio de mejoría es siempre el mismo: la mansedumbre y el servilismo. Cuanto menos toques los cojones más fácil lo tienes, colega.
Se me revuelve el hígado y el sistema límbico al mismo tiempo porque necesitaría demasiadas palabras para darle forma al puto sinsentido que es todo esto.

Ahora, cruzaré los dedos para que cuando llegue a casa Dani me haya preparado esa tortilla con pimientos que me ha prometido. Después una siesta sin final, pelis en 47 pulgadas y el off en mi cabeza.
Los sentidos quedan abiertos..

1 comentario:

Anónimo dijo...

confirmado: tortilla de patatoides con pimientos verdes!!!