jueves, 7 de agosto de 2008

Felicidad bañada de felicidad. Amor presentido, amor esperado, amor que nutre, onda expansiva que todo lo abarca. Desde el centro de mi corazón hasta el techo del cielo.

Ayer el día fue redondo. Curvado y suave. Fue un día más, a mi favor. Un día más para querer a las personas que tengo cerca. Para quererte a ti que estás lejos.
Empecé otro grupo de familias. De mujeres que quieren hablar, relatar sus calvarios particulares. Soledades y luchas y rabia y abatimiento. Personas que se culpan , necesitadas de algún tipo de absolución, de un jodido respiro.
Charla a última hora de la mañana sobre los trastornos disociativos en el cine. Bellas imágenes, personalidades múltiples engañosas, un Hitchcock misógino y oscuro, disociaciones cotidianas sin daños colaterales (es sólo una necesidad sangrante de escapar de la crudeza , de símbolos a los que asirse).
En los paréntesis del día leo poemas de la generación del 27. Sintonizo con ellos en momentos como éste.
Las consultas de la tarde se hacen eternas. Quiero que las agujas del reloj corran más rápido, salir a la calle de una vez. Beberme un batido de fresa y disfrutar de la compañía de María.
Después subiré a casa de Dani. En su lugar hay otras personas que también me importan porque forman parte de su mundo. Un mundo que quiero ir descubriendo, saboreando.
La noche termina en una terraza donde conocemos a un tipo que nos habla del reiki. Convencido de que nuestro encuentro estaba escrito, misterioso y parlanchín.
Lo mejor del día escucharte. Subir a casa con tu voz de fondo. Meterme en la cama con tu voz de fondo. Disfrutarte y desearte sin parar.

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