miércoles, 13 de agosto de 2008

Morgan y Llina se han citado en la cafetería de la plaza. La que hace esquina y nunca cierra. Hoy sopla el viento fuerte y el cielo es un puzzle desordenado de colores indescifrables. Puede que llueva o que luzca el sol de un momento a otro, aunque eso no les importa ni a él ni a ella.
Morgan se ha pasado la jornada spray en mano y Llina lleva todo el día encerrada en casa. Desde que Morgan la dejó no hace otra cosa que tumbarse en la cama y soñar con tiempos mejores.
_ ¿Cómo ha ido el proyecto?
_ Bien, ya sabes. Tengo cubierta casi la mitad de la ciudad. En menos de un año estará terminado.
Morgan está llevando a cabo un plan. Quiere desnaturalizar el paisaje. Por eso se dedica a rociar los árboles de la ciudad con su spray. Les pinta siempre la misma fórmula matemática. Cree que así los drena de vida. Actos de contaminación visual a los que se dedica en cuerpo y alma. Señales que según él nos alertan de la deshumanización a la que nos abocamos.
_ ¿Tú, cómo estás, conseguiste aquel curro?
_ No exactamente. Creo que me tomaré una larga temporada para no hacer nada. Oye, está lloviendo como nunca. Se te va a ir a la mierda el trabajo de hoy.
La conversación se va haciendo cada vez más aburrida y previsible. Los dos tienen ganas de volverse a casa. Un beso de despedida, fugaz y desapasionado.
_ Para la próxima me cuentas en qué andas metido. Se te ve inquieto , no sé, diferente.
_ Sí, para la próxima.

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