lunes, 4 de agosto de 2008

Salto de un blog a otro blog. Del espacio infinito aún por definir a tu torso desnudo, preciso, promesa de, quizás, algunas certezas.
El abismo se encoje a cada minuto. Contraido, renegado de sí mismo.

Hoy es Lunes. Son algo más de las tres de la tarde. Mucho calor y un tiempo muerto hasta las seis, hora de retomar el curro. De la mañana me quedan multitud de impresiones. Siempre las hay. Al fin y al cabo me muevo entre personas y palabras, y además tengo mucha facilidad para inventar realidades paralelas en caso de que se agoten las genuinas.
Por orden cronológico, hoy me he despertado antes de que sonase el despertador. Descansada, con picasso a mis pies desde anoche, en el mismo sitio. De las rutinas diarias sólo puedo contar las que me he saltado. He desayunado nocilla y cola cao, a modo de celebración, supongo (celebro todo el rato haberte conocido, lo reconozco). Me he pintado los ojos como si lo hiciese cada mañana. En la bandeja de entrada un correo del gorrión , tierno e intenso. Un empujoncito y palabras que me dicen que valgo, que él lo sabe. La subida al hospital la hago con una compañera de viaje que a todo le encuentra un pero. Todo en este mundo es susceptible de ser diferente a como es, bajo su punto de vista. Me pregunto si no se ha planteado meterse a sí misma en el saco. Después las vivencias de los pacientes del fin de semana. Risas, suspicacias, una fuga el domingo, lamentos y mentiras descaradas. A I. le gusta la falda que llevo hoy. Verde como un inmenso campo. Hablaría mucho de ella porque me enternece. Con su esquizofrenia "de las malas" y su demencia frontal. En perpetua lucha contra unos pensamientos que la invaden día tras día y pugnan por salir y partirla en más trozos aún. Con esos grandes ojos azules, la cabeza siempre agachada y olvidada entre los hombros. Y esa costumbre tan dulce de cogerme de la mano siempre que se despide de mí.
También he leido un libro al que le falta alma. Una impostura pretenciosa que intenta sacudir a base de golpes fáciles y efectistas. Y una ya no está para esas cosas. He escrito una historia de un camaleón, me he aburrido en la hora del café escuchando historias de las que no me interesan y he hablado con personas, de las que sí me importan, por teléfono.
No me olvido de mencionarlo. Es sólo que estás en todo momento. Esta mañana pensé un millón de veces en Danielo. El chico al que quiero.

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