lunes, 8 de septiembre de 2008

Lila me mira desde su nuevo hogar. Una caseta de tela que me ha regalado Justo. Tío, dame algo para mis gatos, anda. El salón está desordenado, la caseta en medio de todo el desorden. Pero eso a Lila se la suda. Chica lista.
Acabo de llegar del curro. Hoy casi caigo presa de algo parecido a la desilusión. Ha habido varias recaídas en la planta y yo no sé muy bien qué puedo hacer aparte de transmitir a los médicos lo que ha pasado esta mañana (grupo caótico de cojones, yo imperturbable por fuera). También puedo escucharles y darles cierto aliento. Pero eso sólo sirve en contados casos. En otros habría que rehacerles la vida entera. Surcar sus entresijos químicos y ponerlos del revés. Inventar un remedio definitivo contra la ruptura del alma.
Del resto del día están María y Cristina llenas de entusiasmo y de energía. Un mensaje en el móvil que me hace feliz. Los recuerdos de anoche. Aunque de eso prefiero hablarte al oido. O quizás no hace falta. Mirarte es suficiente para que sepas todo lo que me está pasando por dentro. El cuerpo habla por mí, sin miedos ni pudor. Delicadeza animal.

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