sábado, 6 de septiembre de 2008

Un aguijón de desasosiego fluye por mi sangre. Quiero que coincidan y se solapen líneas de diferentes tamaños. Será algo genético. Si no, no me explico.
Ayer celebraron Laura y Collado su boda. Ahora, según el código civil tendrán que ser fieles el uno al otro y colaborar a partes iguales en las tareas domésticas. Creo que sobran este tipo de incisos. Además, el que oficiaba el casamiento me sonaba. Qué casualidad, otra vez el poema de Luis Cernuda. Tío, no me jodas. Cómprate un librito de bolsillo y cambia el repertorio. Será por poemas de amor a mano en el mercado.
Pero todo esto no es importante. Lo central de ayer son las sensaciones . Al menos , para mí. Las lágrimas que salen solas, sin previo aviso cuando Laura recorre el pasillo al final de la ceremonia y al vernos mete un gritito y nos achuchamos y como no me da tiempo a lanzarle los pétalos de rosa se los restriego por la cabeza y nos reimos y nos emocionamos como crías y en ese momento, soy jodidamente feliz porque está guapísima y sonríe de verdad y el amor y alguna forma de dicha y de armonía se pueden palpar en sus ojos.
Ayer me sentí afortunada por estar allí. Por ser testigo de la felicidad de otras personas. Por darme cuenta de cuanto cariño existe entre nosotros. Porque el tiempo ha ido a nuestro favor.
Del resto de la velada me quedo con el baile que se marcaron después de la cena. Nada de vals ni hostias. Coreografía de fiebre de sábado noche con los Bee Gees a toda pastillas. Cojonudo. Muy valientes, sí señor.
A las dos nos retiramos para no terminar reventada. Me hubiese quedado un día entero pero el jodido cuerpo manda. Y ahora hay una cabeza que le hace caso, para bien o para mal. Para sobrevivir mejor.

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