viernes, 5 de septiembre de 2008

Me despierto en medio de un inesperado otoño. Es pronto y puedo ver desde la ventana como el aire mece las ramas de los árboles. El día es de un gris tranquilizador y apenas hay ruidos fuera. Sólo el viento y una avioneta que en este preciso instante vuela sobre mi cabeza. Siempre me resulta reconfortante volver a Griñón. La casa es grande y todo huele a nuevo. Cada cosa está exactamente donde tiene que estar, ambiente impecable de tonos suaves.
Bajo descalza a la cocina y busco a tor y a nagor. Sé que no están pero un pedazo de mi cerebro los busca antes de aceptar su ausencia. Pienso en anoche. Justo nos cuenta un montón de cosas mientras reimos y cenamos con voracidad y ponemos muchachada en el ordenador. Pienso en que hace apenas dos meses vi por primera vez a Dani sentada en esta misma silla. Y siento nostalgia de no sé muy bien qué
( Estoy en una ciudad cualquiera. Hay chicas por la calle que podrían ser casi casi aspirantes a monjas. Alguien se burla de ellas. Yo observo la escena y paso de largo. Llevo un chándal rosa y las converse granates. Es ya casi de día y vuelvo de algún sitio. Abro una enorme puerta de un gran edificio. Debe ser mi casa. Cojo un ascensor con miles de botones. Doy al ocho. Conmigo suben dos personas. Ahora ya no llevo el chándal rosa. Probablemente me he cambiado. Uno de mis acompañantes me habla del libro rebelión en la granja. Salimos y me doy cuenta de que me he dejado el chándal dentro. Corro hacia el ascensor, las puertas se están cerrando y alguien me lanza una bolsa con el dichoso chándal. Después ya sólo me queda encontrar mi piso. El lugar es un caos).
En el aire hay besos que vuelan hacia el sur y se confunden entre las olas. Te quiero amor mío.

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