martes, 27 de enero de 2009

A. dice que no tiene paz interior. Que se encuentra delante de muchos espejos que la acorralan y la impiden ver más allá, ver tu verdad, siempre mucho más verdadera que la suya propia. Está convencida de que a veces los demás sienten su voz que flota en el aire y descubren los pensamientos que se le pasan por la cabeza. Menos mal que no me matan, me dice con la misma intensidad que si me recitase la lista de la compra. Además, las cosas que piensa no son ni siquiera suyas. Son mis ancestros que dicen que canarias se vaya a la porra.
A. reconoce tener miedo a su doctora, esa hurraca tonta y vieja. Cuando la vea la seguiré la corriente para que no se vengue de mí por haberla llamado mentirosa cotorra. Esther, cámbiame de doctora, por favor.
A A. las palabras le duelen como si fuesen cáctus, justo aquí en mitad del estómago y en la mente, sí, también en mi mente, y aunque ella quisiera ser sensible y agradable, en realidad se siente vacía, arrogante y eléctrica, sobreviviendo en un túnel laberíntico cavado bajo la tierra y cargando con la condena de una noche inmensa en su cabeza.
Es como si tuviese un gran miedo, como si se avecinase un gran peligro..
( es la pérdida de uno mismo, la más radical y la más injusta de todas)

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