martes, 5 de mayo de 2009

Ortega y Gasset consideró al hombre una consecuencia inevitable del tiempo que le tocó vivir. Así, por ejemplo, la actitud fundamental de la generación de la postguerra fue la del rechazo hacia la generación anterior y su retórica de los grandes ideales. El mundo era un lugar gobernado por fuerzas oscuras sobre las que no tenían ninguna posibilidad de influir. Aquella generación se instaló en el existencialismo y en la renuncia de los grandes por qués y aprendió a vivir sin fundamento, con una desesperanza tranquila y en busca de la seguridad profesional y familiar. Por otro lado surgió lo que Ortega llamó el sobrio idealismo de la utilidad, tal como la ayuda al necesitado, la solidaridad concreta y el socorro directo de uno a otro en los hechos y no en las palabras.
En contraste con la generación de los 50 Aranguren nos pinta una generación actual mucho menos atractiva. Centrada en el dinero como fuente fundamental de satisfacción, hedonista, desmotivada y sumergida en el aislamiento, las prisas y la incomunicación. Sobra decir que el llamado idealismo de la utilidad es ya sólo un concepto trasnochado y pasado de moda o una pose para acallar conciencias y vender necesidades.
Pues bien, ahora me veo en la obligación de situarme. De mirar hacia dentro y verme en la foto que me han puesto ante las narices. Y he de reconocer que soy Ortega y soy Aranguren. Que mi moralidad y mis actos se erigen sobre el principio inmediato de serle útil a los demás, que me hace más feliz hacer que enarbolar banderas en las que nunca he creido, que busco el equilibrio, la calma, esa seguridad en lo personal que me deje espacio para disfrutar de las pequeñas cosas y para aprender y crear dentro de mis limitadas posibilidades. Que en definitiva creo en la libertad interior y en el poder de las buenas acciones aunque arrastro pedazos del mismo existencialismo que la generación que me precedió.
Y junto a ello, me declaro una compradora casicompulsiva que carga con mil necesidades inútiles y toneladas de obligaciones estériles. Además me es difícil aceptar los pequeños fracasos y no entiendo por qué al ser humano le cuesta tanto comunicarse desde el corazón y reflexionar e inquietarse e interesarse verdaderamente por los demás .
También me esfuerzo como una loca por no ir corriendo a todas partes, por reservarme todos los días muchos momentos como éste, donde poder saborear la vida e imprimirle un ritmo, el mío propio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo que te diferencia de una compradora compulsiva es que tu no buscas la felicidad en esas compras.Eres plenamente consciente de ello.¡¡Pero eso no quita que quieras sentirte guapa!!!
Por cierto, a ver que finde organizamos una escapada a pekin a comernos esas deliciosas tapitas.
te quiero
danie"lo"