jueves, 4 de junio de 2009


Recuerdo que en COU leí San Manuel Bueno Mártil, un librito de Unamuno que habla de un cura que en realidad no sabe si cree pero que hace como si sí creyera porque así es como consigue ayudar a otras personas. Y ya entonces pude verme en aquel personaje. Presentía que iba a jugar un papel muy parecido en mi relación con los demás. Y así ha sido.
Y aunque en realidad no me creo casi nada soy capaz de hacerme creer lo contrario sólo por ahorrar a otras personas algo de incertidumbre y de dolor. Quizás me he convencido de que si sirvo al resto de algo entonces es que SIRVO.
Pero la verdad está a años luz, en otra galaxia que no pertenece a este tiempo, esquiva a mis vanos intentos de atraparla.
La verdad no está hecha para mí y no sé si este hecho en realidad tiene algún tipo de importancia o es sólo que llevo dentro un alma revuelta enredada entre todas sus limitaciones.

( me pregunto que hay de cierto en las sentencias biologicistas que reducen los desvaríos de la mente a imágenes tintadas de diferentes colores, que se empeñan en clasificar lo inclasificable en sus manuales diagnósticos y que miran para otro lado cuando los propios enfermos demuestran que sus clasificaciones son en su mayoría incompletas, o incluso falsas, productos culturales que acotan lo inacotable: la subjetividad humana.
Quizás la grieta abierta entre el que razona y el que está loco no es más que un necio consenso entre " expertos" que de tanto repetirse ha silenciado la evidencia de que el loco razona perfectamente en numerosas ocasiones mientras que el razonante puede llegar a hacer cosas muy locas, incluso monstruosas.
Por eso prefiero mirar las enfermedades mentales como modos de elección del ser humano frente a problemas tan fundamentales como el poder, la culpa, el sinsentido de la vida, la derrota, el aislamiento, la pobreza , la injusticia, la venganza , el resentimiento, las desigualdades, la codicia, la envidia, los celos, el orden simbólico..., como un acúmulo de mecanismos de defensa, de deseos disfrazados, de placeres y displaceres difícilmente catalogables que necesitan dejarse oir, que necesitan del otro en su tránsito hacia lugares más luminosos).

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