viernes, 18 de septiembre de 2009

El equilibrio es una renuncia; un pacto con el diablo de las convenciones y el hastío; un ejercicio de autoengaño eterno; una tabla de salvación para no perecer en el sinsentido, para no cruzarte de frente con ningún riesgo, para no sentir el vértigo de los espacios abiertos hasta el infinito devorador.
Cosas así se me pasan por la cabeza después de escucharles. Están haciendo un esfuerzo porque se supone que es lo que tienen que hacer. Porque un día se prometieron amor para toda la vida y detrás de la promesa vinieron dos niños y una sentencia a cadena perpetua que se llama familia.
Los sábados se reúnen con otras parejas cristianas y hablan de ello: el amor y dios, la decadencia y dios, el aburrimiento y dios, el sexo y todo lo que un día fue y ya no será.
Y hoy están aquí porque si siguen intentándolo y ponen todas las ganas, quizás la historia tenga un final feliz...
Ella podría controlar su neurosis y transformar toda la rabia acumulada haciendo patchword y perdonando a su padre, un tirano de ojos tristes que nunca la miraban.
Él es un buen tipo y sólo necesita dejar de escuchar los lamentos de ella; una parcelita minúscula hecha de espacio para él solo; asegurarse de que sus hijos se ríen al menos una vez cada día y alguna paja que otra
mientras sueña con los muslos de porcelana de la última paciente atractiva que le abrió la boca de par en par cerrándole todo lo demás a aquella máscara con tenazas que hurgaba en sus cavidades .

El amor es un jodido misterio.

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