martes, 1 de septiembre de 2009

K. está fuera de sí. Desencajada y sin aliento. Buscando alguna respuesta que le alivie el dolor, persiguiendo con las manos atadas la absolución de los pecados no cometidos.
Aunque curres en un manicomio impresiona ver a alguien así.
Ayer , coherente y razonable, cumpliendo perfectamente con el rol de la cordura y hoy, aterrada, con el miedo dominándola y sumiéndola en una pesadilla de códigos confusos, indescifrables desde la lógica o el pensamiento que se viste de racionalidad y nadie le descubre.
Intento penetrar en sus inmensos ojos azules y tranquilizarla. Ella me toca y me dice que en mí sí confía, que son otros los que quieren...no puede seguir hablando porque de hacerlo me asegura que se desplomaría.
Sabe que la van a matar con la misma seguridad que yo sé que vivo en una isla o que mis zapatos son granates. Lo sabe y el pavor la hace bailar y reirse a destiempo, con un cigarrillo en la mano que espera inquieto su hora: aquí todo y todos han de regirse por unos horarios establecidos y eso hasta los más locos lo terminan captando.

La huida está difícil cuando el enemigo está tan adentro. El remedio de los expertos es un ajuste tardío de la medicación pautada, el de los inexpertos son sólo las buenas intenciones. Aunque no sepamos nada de nada.

( estos días la compañía que son risas y es calidez, de Lánder y Yerai; el tiempo ocupado, la playa y las nubes por debajo de nuestros ojos; los kilos que se me acumulan en los costados porque la felicidad viene acompañada de montones de calorías; pelis malas de chicos descerebrados que arrasan en las taquillas; el corazón recordándome a cada momento que he de ser fuerte y no venirme abajo con tantas putas arritmias; un juego de cartas de unos topitos que vienen de muy lejos; gestos dulces y amor compartido... y todo lo que está por venir. ).

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