jueves, 19 de noviembre de 2009

Loca

Ha pasado tan poco tiempo desde la última vez que estuve en este lugar y no dejo de preguntarme qué hago aquí de nuevo.
O quizás sea más preciso preguntarse para qué; para qué otra interminable y agotadora estancia de días iguales y noches estériles ; para qué otra dosis masiva de psicofármacos, de normas y horarios y palabras que no quiero escuchar.
Los dos sabemos que no servirá de nada, que el fracaso nos acecha a cada uno a su manera: yo caeré de nuevo entre tus frías manos y tú volverás a estrellarte contra la misma pared: mi obstinación y mi incredulidad, mi calvario eterno y merecido del que sé, no hay posible escapatoria.
Entiéndelo de una vez.
Y por dios, no me hagas pasar por lo mismo de siempre. Sabes que me aterroriza, que la locura de la que me acusas no es nada comparada con el martirio que me supone esa aguja que cada quince días me atraviesa la piel, acuchillándome las entrañas.
Y, sin embargo, sigues empeñado en violar mi voluntad de esta manera, introduciéndome ese jodido líquido que tanto me aturde y me marea y me deja sumida en una nada que asfixia, en un mar negro de impotencia y desaliento.
Y después, lo sabes bien, vienen las malditas sensaciones: el cerebro que se transforma y se parte en dos , la sangre que me quema por dentro , los huesos rompiéndose en diminutos trocitos y colándose entre todos mis músculos y órganos, arañándolos sin piedad, quebrando todo lo que encuentran a su paso.
Y también sabes el resto.Porque durante todo este tiempo he continuado viéndole y sintiéndole. El maligno es mucho más fuerte que todas tus medicinas y nunca, jamás, me perdonará mis pecados: no se irá de mi lado mientras siga respirando, cuántas veces tendré que repetírtelo.
No sé por qué te digo todo esto. Sé que no tengo elección.
Que estoy bajo tu poder, tu absoluto e injusto poder, tu ciego mando.

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