lunes, 30 de noviembre de 2009

Yalom al habla

Un ligero destello en la enorme pantalla que preside el auditorio del hotel Meliá Castilla y allí está, mirando hacia todos los lados, escudriñando el espacio que le separa de la cámara que tiene colgada enfrente.
Desde otro lugar y otro tiempo, porque en California deben de ser las diez de la mañana, aparece ante nosotros Irvin Yalom, una de las cabezas pensantes más influyentes de todos los tiempos en psicoterapia.
Está sentado en lo que imagino será la silla de su despacho universitario. Apenas hay detalles en la escena más allá de una pared verde pálido, una mesa y algunos libros ubicados sobre un pequeño mueble a su espalda.
La toma está cogida por encima de su cabeza.
Se le ve lejano y pequeñito hasta el mismo momento en que abre la boca. Entonces aquel tipo menudo y nervioso de enormes gafas y aspecto desfasado se hace grande como el sol y los rayitos de su sabiduría nos cautivan durante algo más de dos horas.
Ni un parpadeo ni un estornudo. Sólo se oye al hombre en mitad de un silencio reverencial.
- Decidme algo, nos increpa. Quiénes sóis, qué queréis saber.
- Nos da lo mismo. Sigue hablando, no te calles.

Y así lo hace. Y nos cuenta lo de la terapia del aquí y el ahora, que sólo se atrevía con el momento presente porque era en ese instante donde era posible la curación, y lo de la terapia interpersonal que buscaba la génesis y el alivio de todos los conflictos en las relaciones que establecemos con los demás.
Después, dice, integré a los existencialistas en una nueva terapia y al final, terminé escribiendo ficción porque sólo así podía adentrarme hasta el fondo de las cuestiones existenciales....

el miedo a la muerte y nuestra manía de echarla a patadas de nuestra realidad, cuando sólo haciéndola un hueco podremos vivir la vida con la intensidad que se merece ( dímelo a mí , Yalom, y a mi aorta dilatada y a mi fragilidad eterna y a ese reloj con la cuenta atrás a todo volumen que llevo pegado a la piel )

la libertad como un acto de responsabilidad y compromiso con la vida; el sometimiento, la cobardía o lo que es lo mismo, el terror a ser libres, a decidir y equivocarnos, a mancharnos las manos con la mugre del fracaso ( siempre he creído en la responsabilidad de mis actos, sólo así puedo inventarme una libertad que me calme de tanta incertidumbre, que me insufle un poco de valor)

la soledad última y primera, la soledad sin remedio que nos pisa los talones allá donde vayamos y nos enfrenta al desamparo, a ese adiós definitivo, a ese dolor que no podemos compartir ( por eso me gustan tanto las palabras, porque trazan puentes invisibles donde sólo hay abandono )

el significado de la vida, el hecho irremediable de ser buscadores de un sentido lanzados a un universo sin sentido, de estar destinados a realizar la proeza acrobática de olvidarnos de que nos hemos inventados ese sentido; los sucedáneos cuando no hay sentido alguno en forma de falsos remedios con que remendar los rotos de vidas vacías.

La pantalla se apaga y nos levantamos despacito. Sin prisas.
Vivos.
Vivos.
Vivos.

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