domingo, 3 de enero de 2010

Mi sitio

Si de algún lugar puedo decir que es mi sitio, mío y sólo mío, ese lugar es mi habitación.
En realidad debería de utilizar el plural, porque dos han sido las habitaciones que, al menos, quedan en mi memoria.

La primera murió arrasada por la barbarie de un alquiler de tres al cuarto. La culpa la tuvo la desidia de mi madre, que como no echaba en falta la suma mensual en sus cuentas, no quiso percatarse del destrozo al que mi casa estaba siendo reducida.
De eso nos dimos cuenta en nuestro último viaje a Madrid, hace apenas dos meses. La casa se había quedado vacía porque detrás de la crisis vienen este tipo de cosas, y aprovechando que había que echar un vistazo antes de volver a colgar el cartel de se alquila, fuimos a reencontrarnos con un pasado al que echábamos en falta después de 8 años veloces sin pisar aquel parquet de tonos marrones que había visto crecer con dulzura el tamaño de las suelas de nuestros zapatos.
Nos encontramos ante un espacio que ya no era el nuestro. Sucio, maltratado, corrompido, violado por otra gente que yo imaginaba en aquellos instantes como monstruos insensibles de diez cabezas devoradoras de mis recuerdos más preciados.
Y entre aquella cochambre estaba la que fue mi habitación. La misma que dejé entre lágrimas hace ya tanto mientras descolgaba los últimos pósters de mis paredes amarillas. Recuerdo que fue precisamente en ese momento cuando rompí a llorar, sí, entre chinchetas y restos de pintura desconchada fue donde tomé plena consciencia de que el tiempo es un jodido traidor que te seduce pero que nunca vuelve.

Mi otra habitación es el lugar donde ahora duermo, donde me desvelo, donde hago el amor y donde sueño.
Todavía cuelgan en mis paredes, ahora moradas, restos de mi primer refugio: el dibujo que Pedro me mandó desde la cárcel , el póster de Kurt Cobain que Sonia me trajo de Londres, las entradas de los conciertos de aquellos años sucios e intensos.
Y se confuden, entre los restos de mi pasado, los restos de mi presente: las fotos en los corchos de personas y animales que quiero, el calendario que Dani me trajo de Roma cuando todavía no sabíamos que nuestro tiempo iba a ser un proyecto a medias, apuntes y cuadernos, kilos de ropa, botes de colonia, joyeros y abalorios que apenas utilizo.
Y todavía sigo sintiendo mi habitación como un espacio propio, individual, difícil de compartir.
Un reflejo y una copia exacta de todas mis imprecisiones.

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