domingo, 1 de mayo de 2011

Algo me urge por dentro. Son los sueños dormidos. Es el deseo insaciable. El caos arrepentido.

Hoy es primer domingo de mayo. La voz de mi madre suena remota y cansada al otro lado del teléfono. Como de costumbre, nos intercambiamos un manojo de tópicos y lugares comunes inmunes a cualquier atisbo de emoción encontrada. No sé cuando se instaló la imposibilidad entre nosotras. Tampoco tengo certeza alguna de a quién corresponden las culpas. Ni siquiera podría afirmar con contundencia qué siento al respecto. Sólo intuyo un abismo en mi corazón. Un silencio detrás de las palabras. Un vacío que relleno con la rabia y los recuerdos que aún permanecen.

Estos últimos días he estado áspera. Inquieta. Disconforme. A veces me ocurre. Y me comporto como una niña malcriada. Y entonces me escudo en un millón de condiciones y exigencias para dejarme querer. Hasta que el ciclo se rompe y dejo de forzarme en dirección alguna. Y transito senderos donde no existe el miedo ni la desidia. Espacios reducidos donde mi conciencia es calma y es blanca.

(mi cabeza bulle y mi letra es torpe; querría quedarme solo con lo indispensable para explotar por dentro sin rebasarme)

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