domingo, 22 de junio de 2008

Cae la lágrima de cristal sobre el rostro ajado.
Y según cae desgarra lo que encuentra a su paso.
Y la sangre brota lenta, sucia, hasta enquistarse en ese rostro ahora ocre, casi muerto
Y no hay manos que calmen ni limpien las heridas.
No hay aire para respirar.
Sólo un rostro ya sin lágrimas ni vida.
Sólo un reflejo pálido de lo que un día pudo ser.

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