A lo lejos se oían voces. Y risas. Incluso creía oír al verano entero entonando una canción propia de estrellas y asfalto, de idas y venidas de desconocidos que le hacían sentir en casa.
Ese sonido del verano fue lo más cercano que encontró nunca a la perfección. Tumbada en la cama, desnuda, soñando y dejándose llevar por el ruido de fondo que la acunaba y la sumía en el más bello presente. Que la despojaba de cualquier interrogante para asumir la vida como una afirmación eterna y contínua.
Se hacía tarde. Ya no esperaba el amor. Ya no confundía lo que de verdad necesitaba con lo que le hacía daño.
Sólo deseaba estar. Atenta a ese afuera que la calmaba por dentro. Que nada la pedía a cambio.
Atenta al sonido del verano.
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