martes, 2 de septiembre de 2008

El mundo que late dentro de mí es invisible e imposible de transmitir. De fondo siempre hay ecos de verdades inexistentes, las que más pesan, que me hacen difícil traducirme la vida. Siempre ha sido así hasta que por fin una certeza me ha golpeado en la cara y en las palmas de las manos y en los dedos de los pies. Una certeza erguida frente a toda la incertidumbre que me supone vivir ( quererte como te quiero, ya sabes).
Martes de psiquiátrico y de conversaciones que pierden gas. A veces me resulto poco interesante, he de reconocerlo. O quizás, a veces, creo que sería mucho mejor si callásemos en vez de hablar. Las cosas grandes se hacen más pequeñas cuando se cuentan. O igual ha sido falta de entusiasmo, no sé. La cuestión es que esta mañana hubiese preferido el silencio. Sólo eso.
Entre grupo y grupo de pacientes mi estado de ánimo fluctúa por momentos. Sé que si F. se va al festival de música heavy , todo el curro y lo avanzado se irán a la mierda. Por otro lado le entiendo. Tanta frustración, tanto sufrimiento necesitan de algún tipo de redención. Me mira y sonríe con cara de pillo. Me dice que él es normal y que piensa hacerlo. Yo le miro y le hablo de una madurez que me ha costado siglos alcanzar. Crecimiento personal frente a subyugación pura y dura. ¿De qué coño estamos hablando?.
A última hora de la mañana entiendo perfectamente el término de demencia precoz. La esquizofrenia te diluye por dentro y lo que es peor, te atonta. He de bajar el nivel de expectativas o terminaré por frustrar a algunas personas. No quiero apropiarme de la estrechez de miras que tanto critico en los otros. Debo mirar alrededor saltándome, incluso, mi entusiasmo.
La tarde pasa veloz. Suave y acogedora. Comemos y nos queremos y hacemos otras cosas mientras la noche se va echando encima. Picasso y Lila no dejan de acecharnos. Conversaciones de ciencia ficción antes del último beso.

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