jueves, 2 de octubre de 2008

Cierro los ojos y te traigo a mi lado. La felicidad es una herida abierta, un misterio que no es necesario resolver, una sentencia ineseperada, es tu cuerpo conquistado, son todas estas sensaciones soñadas que se han apoderado de mi vigilia y de cada una de mis células.
Hoy me he despertado pensando en un millón de cosas. Los pensamientos son entes desvinculados de mi voluntad, sobre todo a estas horas. Van y vienen sin pedirme permiso. Incómodos, libres.
Una ducha rápida, el hierro, la jalea, radio 3, las noticias de la mañana que no consiguen captar mi frágil atención, algún que otro acto rutinario y después de asegurarme que lo llevo todo, salir por la puerta con el mp3 en la mano.
En el tranvía me siento en el sitio de siempre. De espaldas adonde voy. Frente al mar y al sol que ya ha escalado un buen trecho de cielo. Dejo que mi imaginación invente escenas al ritmo de Interpol. Entro en mi despacho y empiezo el día haciendo lo que me da la gana. Las obligaciones las dejo para después. Qué cojones.
Antes de terminar la mañana tengo noticias del gorrión. Está en méxico D. F. y aunque no me expresa entusiasmo alguno, sé que está bien. Ayer llegó Raúl y pasarán dos semanas juntos.
Veo a Tania. Aunque estoy cansada su compañía consigue que lo olvide. Tempura de verduras, ensalada griega y Emma que está para comérsela. Y de postre chocolate en altas dosis.
Ni con éstas engordo, no ves. La bajada es sólo por el cambio de hábitos. Y cierta recién estrenada tenacidad, quizás.
Vamos para casa. Hoy está Sonia y Dani viene enseguida. Salimos a dar el primer paseo en moto. El destino es el viento en la cara y estar pegada a ti. Desplazarme contigo. Quererte cada día más.
Y el mar y el olor a salitre.

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