jueves, 30 de octubre de 2008

Natasha

Natasha se pasaba las horas sentada en aquel bordillo frente a la carretera mirando a ninguna parte. Las manitas apoyadas en la cara con gesto aburrido y las rodillas dobladas en un ademán infantil con los pies hacia dentro. Pareces una pordiosera, le decían algunos. Todo el día en el suelo. Terminarás por fosilizarte y ser un trozo más de cemento.
La cuestión es que nadie sabía por qué Natasha había dejado de ir a clase. Por qué ahora estaba tan delgada y tan pálida. Y mucho menos la razón que le hacía pasarse las horas frente a la carretera. Allí no había nada que ver, insistían. Lo más algún cartel publicitario desgastado por el viento o algún animalillo despistado que asustado solía huir al ver los enormes ojos inmóviles y azules de la niña.
El tiempo transcurría veloz y a la primera época de alarma con su desfile de amigos, profesores, psicólogos, asistentes sociales y hasta de la mismísima ministra de educación que un día pasó por allí para intentar convencer a Natasha de que abandonase aquel lugar y retomase sus estudios, le siguió otra de desconcierto ante aquella actitud tan firme y tozuda impropia de una niña de 10 años. Luego llegaron las amenazas e incluso alguien propuso el castigo físico como alternativa (por suerte para Natasha la propuesta no tuvo eco). Finalmente la derrota se apoderó de todos y terminaron por dejarla en paz e irla desplazando de sus preocupaciones cotidianas.
Pero Natasha seguía allí. Callada, con el semblante pétreo llegaba a primera hora de la mañana y hasta que no oía la última sirena que daba por finalizada la jornada escolar no se levantaba de su pequeño reino para volver a casa.Un hogar que en realidad era un lugar donde ya nadie la esperaba y después de mirar aquellas fotos y el atestado del accidente que apenas comprendía se decía lo mismo que el día anterior. Mañana entraré a clase y podré contarlo. Mañana, sí.

1 comentario:

ñ dijo...

Joeee... Se me han puesto los pelillos de punta...