miércoles, 19 de noviembre de 2008

La noche va llegando. Yo no paro de hacer fotocopias. Otro viaje al despacho para recoger material y sigo. No te estropees puta máquina que el tiempo se me ha echado encima.
Me toca quitarle el canutillo de alambre a un libro. Uff, demasiado curro. J. lo hace por mí. Sé que no entra dentro del protocolo pedirle favores a los pacientes, pero es que yo hace siglos que me salí del buen camino. Y nada de buscarle connotaciones románticas a este hecho. Soy del montón que se salta las normas por falta de perspectiva e inmadurez. Y además, no me salto tantas. Mis ganas.
La familiaridad del lugar me hace sentir bien. Y la deshora. Estoy fuera de sitio y mi presencia rompe el inestable equilibrio de las rutinas hospitalarias.
Los pacientes fuman, deambulan como ratitas domesticadas, hacen sus visitas periódicas a la máquina del café y las golosinas. (Un día hablé con el señor reponedor y le dije que podrían incluir en su oferta alternativas menos azucaradas. Me contó una historia de que la comida de verdad, =sandwiches de coña, puede caducarse y eso podría dar lugar a intoxicaciones y denuncias y cómo no, pérdidas económicas. Total, que nadie me hizo puto caso a pesar de que me tiré una buena temporada dando la tabarra con el asunto).
Otros están sentados en la entrada. Si no fuese porque no hay birras a la vista diría que esto me suena a algún que otro atardecer etílico. M. me da dos besos, J. la mano, Ju. se sobresalta porque no me esperaba por aquí y otros me ignoran. Ma. me dice con su gesto triste de siempre que cuando llegue el lunes quiere que empiece a trabajar con ella. Cuento contigo, le digo. Aunque siempre terminemos en lo mismo. Parcheando un jodido queso gruyer. Oigo las risas de J. desde la sala de la fotocopiadora y no me gustan. Suenan desquiciadas.
Ya estoy terminando. Dani al móvil me dice que nos vemos en un ratito. Dios, qué guapo estás hoy.

Se me olvida contar la bochornosa bajada a casa en un taxi que huele a rancio de tanta mezquindad intelectual. Y que hoy el gorrión dio señales de vida. Y aunque le siento lejos y eso me apena, no quiero ser demasiado dura porque en realidad no hay motivo para ello. Demasiadas razones como para no quererle achuchar y hacerle reir con mis gansadas.

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