lunes, 17 de noviembre de 2008

Noche templada. Suena el frigorífico y la torre del ordenador. Lila está justo a mi izquierda, en la parte de arriba del sillón, mirándome y lamiéndose las patitas alternativamente. Pica duerme en la parte de abajo, casi pegado a mi silla, hecho un ovillo. No quiero mirar la funda que pusimos en el sofá hace sólo una semana. Deshilachada a golpe de zarpazos que hemos fingido no ver. Y en realidad supongo que me da igual.
No soy especialmente obsesiva con el estado de mi casa. Al fin y al cabo las cosas que tengo dicen más bien poco de lo que soy y no le añaden nada que valga demasiado la pena a mi vida. Aunque a veces piense lo contrario.
Es la falsa seguridad de los objetos, que vienen a sustituir cuando no a arrebatar otras seguridades que no pueden comprarse, inmunes al proceso de usar y tirar y a las realidades de plástico.
Las converse rosas, la calvin klein, la chapa de círculos amarillos y negros, la pila de libros y de cds, el champú y la mascarilla que todo lo arreglan y el resto de cosas que pueblan mi pequeño universo de chica consumista no valen una mierda cuando me desnudo o cuando cierro los ojos.
Entonces sólo estoy yo y un montón de preguntas.
Y el rastro que dejas en mí , que lo hace todo más grande.
Y las ganas de..

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