miércoles, 17 de diciembre de 2008

La vida duele de diferentes maneras. Y es que a veces el tema se pone difícil. Y lo que es peor, a veces es para siempre.

Esta mañana recibí a Y. y a toda su familia. En teoría no veo pacientes que ya han sido dados de alta. En la práctica sólo necesitan pedírmelo para que lo haga. Y no lo hago por flojera ni sentimentalismo. Lo hago porque no me cuesta una mierda y ayudo. Porque sé que confían en mí. Porque en el sistema sanitario no hay hueco para ellos.
Y. tiene un trastorno bipolar. Toca el piano y escribe poesía. Su vida es un jodido caos. A., su hijo, me promete que ya no está consumiendo heroína. La primera vez que le vi lo tuve claro. O dejas las drogas y empezamos a enchufarte antipsicóticos o esto tiene muy mala pinta. El novio de Y. es un tipo delgado con bigote. Me llama "doña" y yo flipo. Lleva la misma ropa que yo usaba en octavo de EGB y que yo sepa ni curra ni creo que esté por la labor. La madre de Y. es infinitamente vieja y además ciega. Los acoge a todos en su casa a cambio de un poco de compañía. Habla despacio, de forma viscosa y aburrida. Presume de saber un montón de la vida porque escucha mucho la radio. Y no lo dudo. Me resulta una mujer inteligente, probablemente hasta culta. Aunque no creo que nadie la tenga muy en cuenta.
Después de escucharles a todos y explicarles como veo yo las cosas me quedo a solas con A. Si no estuviese tan estropeado diría que es un chico guapo. Termino dándole otra cita porque contra toda postura mínimamente racional pienso que podría ayudarle, que quizás "sólo" estemos ante una psicosis tóxica y la historia tenga un final feliz.

Después vienen las familas. Vamos a hablar de sentimientos y sé que va a ser difícil. Se van a derrumbar. Y lo hacen. Y me explican lo que significa odiar a un hijo. No levantarte del sillón cuando se va a lanzar por la ventana porque ya no aguantas más los chantajes constantes. Que tu vida se pare y se convierta en un infierno. La rabia, el dolor, la culpa, la frustración, la vergüenza. Mis dos últimas pregunta antes de despedirnos son sencillas. Y qué habéis hecho bien. Qué habéis aprendido. Las respuestas darían para una larga historia. Encierran toda la belleza y todo el amor y toda la generosidad y capacidad de lucha que veo en ellos.
Para mí no son sólo padres, son héroes y aunque no se lo digo, ellos lo saben.
Y terminan regalándome sus sonrisas y su calorcito.

Durante la tarde comparto otra historia. M. sigue presa del convencimiento más absoluto y aplastante de que todo está perdido para ella. Cojones.
Después un batido de fresa en compañía de María. Podría decir muchas cosas de María , de todo lo que admiro en ella y de lo bien que me sienta su amistad. Tampoco pararía de hablar de lo feliz que me hace Dani, de lo presente que le tengo en cada momento. Pero es tarde y he de dormir. El cuerpo manda.

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