lunes, 22 de junio de 2009

Bajo la calle Castillo. Por fin puedo andar sin que el miedo me pise los talones. Mi corazón hoy no es el enemigo de adentro.
Me cruzo con A. y con su madre. Nos alegramos de vernos. A. ha engordado demasiado desde que le pasaron al leponex. Su madre tiene los ojos vidriosos y habla a la desesperada, igual que hablaría cualquier persona que lleva sufriendo una eternidad. Esther, tómate tu tiempo y mejórate, me dice A. Estás muy guapa, replica la madre.
Yo sigo la calle abajo deseando con todas mis fuerzas que todo vuelva a la normalidad pronto. La rutina me lo pone todo mucho más fácil y los pequeños logros diarios espantan casi todos mis fracasos inventados, el espejismo de un estancamiento que se hace desasosiego e inutilidad.
En casa me espera Dani. Le hablo de algunas cosas que se me pasan por la cabeza. Sólo un poquito por razones que tardaría mucho en explicar.
Se me olvida decirle que le quiero con todo el alma, que es el compañero que siempre he soñado, que su amor es un elemento constante en mi vida. Que así todo es mucho mejor.

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