martes, 7 de julio de 2009

El cardiólogo me mira por encima de sus gafotas con gesto cansado y me despacha de la consulta en no más de tres o cuatro minutos. Son ya las diez menos cuarto y sé de buena tinta que a las diez tendrá que haber llegado a su consulta privada. No piensa ponerme medicación porque no la resistiría, me dejaría demasiado planchada. La duda que flota en el aire, al menos en el mío, es si estamos hablando de que tal vez aún no haya llegado el momento crítico o quizás sí ha llegado pero él sigue creyendo que es mejor asumir cierto riesgo que tenerme a menos de 40 pulsaciones y a tensiones hipoinsoportables todo el puto día.
Ni lo sé, ni tengo ganas de saberlo. No me resolvería nada la duda en cuestión, cierto. Además qué le importan a él mis angustias vitales: absolutamente nada.
Al salir de la consulta me percato de que, como de costumbre, no me ha dado ninguna pauta, no me ha explicado nada y de no ser por la pasta que puedo gastarme en médicos privados no sabría qué coño hacer para que todo este desarreglo con cara de arritmia cojonera, pare.

R. me mira desde el otro lado de la mesa. Con el gesto cansado y su voz grave, se ríe apenas, cada día más gorda e hinchada. Mañana por fin se irá a otro lugar. Un piso tutelado que está a tomar por culo con dos compañeras de batalla a las que no conoce, dos enfermas mentales que me jugaría el cuello a que estarán mucho más hechas polvo que ella. Porque la locura no arrasa en todas las cabezas por igual y R. dentro de su tragedia particular se podría decir que hasta ha tenido suerte. Esther, si sigo engordando soy capaz de dejar la medicación. No podría soportar no congeniar con mis compañeras de piso. Estaré tan lejos de mi hijos y de mi madre. No sé por qué dejé a mi último novio, hasta me compró un coche y todo. Pero ya es tarde...
No escribiré en la historia las cosas que me dice porque al fin y al cabo hoy es su último día, porque sé que confía en mí, porque entonces dejaría en evidencia el silencio al que se impone al paciente psiquiátrico a cambio de su libertad, con palabras extrañas de mundos interiores que a nadie le importan. Por supuesto que su psiquiatra nunca sabrá las cosas que pasan por su cabeza y mucho menos por su corazón. Una jodida pena.

Sonia hoy está más calmada después de una larga noche de descanso. Ya ha pasado la oposición y la tos nocturna y los días de libranza van serenándole la cabecita alterada. Comemos y hablamos cada cual de sí misma, como un eco de tonalidades diferentes con la misma melodía. Siesta de rigor con lentillas y todo y nos lanzamos a las rebajas y disfrutamos de una tarde de minifaldas y sujetadores de los que te las dejan bien puestas.

Nancy al teléfono y el cumpleaños de Diego. Tres añitos ya y una promesa: un coche verde grande que no haga ruido. Les echo de menos de verdad, como se extraña a la gente que quieres.

En casa, Dani dispuesto a escucharme y a prepararme la cenita. Sus besos son la mejor forma de terminar el día. Amando y sintiendo con la fuerza de un ciclón la suerte que es tenerle en mi vida.
La suerte de tenerte..como dice aquella canción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

y sobre todo eso......que cenitas!!!
siempre estare ahi para reconfortarte despues de esos dias duros.
te quiero!!!!