jueves, 23 de julio de 2009

Hoy ha muerto Betty. Puedo imaginármela persiguiendo a Pancho sumisa y caprichosa, dejándose querer sin pudor durante toda una vida por el mismo tipo que lo aborrece y lo ama todo a partes iguales.

Hoy he escuchado a alguien decir que M. ha vuelto a ingresar. Hace unos días vino a verme desde muy lejos con una caja de bombones y la mirada extraviada.
Perdida en una extrañeza que ya me hizo presagiar lo peor y embutida en un traje desfasado que hacía juego con aquellos ojos rasgados de color miel, me contó cosas que no logré entender.
Últimamente se pasaba las horas deambulando por el sur de la isla, escuchando historias que la gente le contaba, historias que la devoraban por dentro como si de un cáncer irremediable se tratase.

Hoy he vuelto a releer una historia clínica de cuando la unidad externa de salud mental era solamente un manicomio que miraba incrédulo y expectante hacia la reforma psiquiátrica que ya había dado sus primeros pasos en algunas comunidades autónomas.
Alguien murió entre una bruma de silencio y anotaciones exculpatorias.
Y en ese mismo silencio se ha mantenido su memoria porque lo que no se dice no existe y nunca existió un hombre que allá por febrero del 87 fue hallado inerte boca abajo en su cama por la enfermera que aquella mañana despertaba a los pacientes.
No existió un padre y un hermano y un marido que enloqueció durante el servicio militar y dejó tras de sí el legado de más locura, esta vez camuflada en su único hijo que por aquel entonces contaba con seis años y hoy ya roza los 30.
El mismo que no sabe qué le está pasando, que nunca querrá saberlo y que huirá de una sombra letal que jamás podrá despegársele.

Hoy el agotamiento se me ha colado de pies a cabeza. Y he sentido la soledad que produce la ausencia y la indiferencia y se me ha atragantado la ilusión de ver ya cerca las deseadas vacaciones.

( ayer sin embargo todo fue perfecto, así de insólito es todo ).

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