miércoles, 23 de septiembre de 2009

El sexo está sobrevalorado, me dice L. pausada, con ese acento belga y esos ojos azules rebosantes de fracaso y sinsabores.
Cuando estás a su lado puedes sentir una ráfaga de nostalgia y abatimiento, puedes tocarla incluso y tener la certeza de que aún late el deseo en aquella mujer delicada, condenada a ser madre por encima de todas las cosas.

Y yo me sublevo ante semejante afirmación porque en realidad yo no estaba hablando de su sexo marchito, ni de la sexualidad amputada a base de neurolépticos y autocompasión de su hija enferma.
Yo sólo quería decir que el paciente psicótico siente y sueña y extraña otra piel y otros fluidos tanto como lo hacemos nosotros, los del otro bando.
Y sin embargo, casi nadie habla de ello. Como si el no poder amar fuese sólo un mal menor, un efecto secundario minúsculo.

Mentira.

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