viernes, 23 de octubre de 2009

Vivir es retornar eternamente a todos los lugares de los que queremos huir. Impulsados por una fuerza magnética e invisible hecha de un tiempo corrupto y traidor. Sentenciados desde el principio por el cuerpo que nos ha tocado en suerte. Atrapados en una espiral metálica de ecos silenciados.
Volver y escapar. Volver y escapar.

O. está de nuevo aquí. La fantasía se pulverizó en sólo unas horas. Demasiado poco tiempo para rendirse a la fatalidad.
He tenido una recaída, me explica cabizbajo sin apenas fuerza en la voz. Y yo no le pregunto por la cocaína que se ha metido ni le pienso restringir ninguna actividad. No creo que sirviera de nada. Sé que hubiera terminado en la cárcel, Esther.

L. hoy se marcha convencido de que todo va a ir bien. Sus delirios están ya confinados en algún compartimento secreto que él sabe de buena tinta que sólo la soledad podría abrir. Y por eso se ha marcado el férreo propósito de no desconectarse del exterior.
Han sido cerca de 10 años de reclusión, de desolación absoluta exenta de toda poesía. Porque la locura deja de ser romántica cuando tu madre tiene que marcharse de su propia casa para salvar su vida o cuando el material que te conecta a ti mismo y al afuera, se hace viscoso y es sólo mugre que no logras sacudirte de encima.
Pero hoy todo es diferente. El alta es la prueba definitiva de que el tiempo, los antipsicóticos, las sesiones de psicología y el mero temor al encierro han tenido sus efectos. Esperemos.

Y después estoy yo. Tentada en ocasiones a rebelarme contra una anatomía que no me deja vivir como yo quisiera; que me entorpece el paso y me putea, que no me da tregua ni apenas descanso.
Pero la rebelión sólo lo estropearía todo aún más; el lamento, la autocompasión, una jodida borrachera liberadora, un millón de gritos lanzados a ninguna parte, la negación de cualquier esfuerzo por mejorar las cosas, no me harían más feliz, para nada.
Por eso intento abrirme camino y enchufo radio 3 y escribo y echo fotos y escucho viejos cassettes y leo a Sam Savage y me río de cualquier absurdez y me doy a los demás... esos otros a los que poder amar de maneras tan diferentes.
Porque tiene que merecer la pena.

( Volver a la desidia para darle la espalda de nuevo. Volver y escapar. )

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