miércoles, 11 de noviembre de 2009

El guardián entre el centeno

Tuve esta historia entre mis manos a los dieciséis años y he vuelto a reencontrarme con ella a los treintaycinco.
He de reconocer que mi primera lectura fue un ejercicio inmediato y emocional de identificación con Holden Caufiled. Creí ser él y quise embadurnarme sin miramientos de toda su rabia y todo su desencanto. Al fin y al cabo qué otra cosa podía hacer. Me sentía obligada a despreciarlo casi todo. El mundo estaba saturado de farsantes, mediocridad e injusticias; destinado a una provisionalidad quebradiza, a una decadencia sin marcha atrás.
El aquel momento me hubiera vendado los ojos con cada una de las páginas del libro y me hubiese lanzado por un millón de precipicios, y es que, yo también cargaba con un dolor sordo y con la sensibilidad de los inadaptados. O eso me hice creer.
Y ahora, que el libro vuelve a mí, me veo atrincherada en una distancia cómoda y segura, porque ahora soy una mera observadora conmovida ante tanta fragilidad, que intenta desentrañar el principio de una tragedia, la dinámica de una personalidad profundamente melancólica, los entresijos de una adolescencia que ya pasó.
Ahora me empeño en quitarle la máscara al antihéroe desquiciado. Exactamente igual que empiezo a hacer conmigo misma.

1 comentario:

Jorge Franco dijo...

Que excelente comentario. Cualquier adolescente sensible e inteligente se cautiva con este libro; al ser adultos, ya no nos identificamos tanto con él porque entendemos lo que antes no entendíamos, y entendemos que cuando somos adolescentes nos quejamos por nimiedades. Sólo llegamos a entender a nuestros padres cuando somos padres y tenemos que procurarnos el sustento por nosotros mismos.