domingo, 22 de noviembre de 2009

No sé si quiero que me quieras o si prefiero regalarte toda la felicidad de la que dispongo. Una cosa es segura, me importa que estés satisfecho. Que me contemples orgulloso y no te quedes en la piel ni en los hechos. Que me respires con los ojos cerrados y me veas allá donde otros no pueden verme: enredada entre tus latidos, dormida en tu sueño, perdida en un sendero de horizontes azules...

Domingo soleado.

Ayer nos pasamos el día viendo capítulos de the prisioner y dormitando. Conseguí a duras penas desprogramarme de obligaciones inútiles y un sinfín de pensamientos incómodos. Tenía una coartada creíble: un constipado que llevaba persiguiéndome toda la semana. Con semejante excusa no tenía otro remedio que pasarme el día entero en el sofá. Ceñida a ti, besándote, tosiendo como una condenada y dejándome llevar por un sopor narcotizante y las imágenes oníricas de esa serie tan extraña.

Hoy nos ha tocado hacer vida social. Y hemos disfrutado de una hermosa luz y hemos estrenado coche. Y aunque me quedo con la ligera sensación de haber malgastado el tiempo y las palabras entre conversaciones gastadas que poco me interesan, al fin y al cabo no siempre hay algo importante que decir ni podemos elegir a quién decírselo. Más bien casi nunca.

El cuerpo me avisa: es hora de dormir.

1 comentario:

Bárbara dijo...

Qué dulce far niente, si al quererse puede llamarse far niente, claro. Me quedo con regalar la felicidad disponible.
Un abrazo.