domingo, 1 de noviembre de 2009

Seguiría llorando durante horas la muerte de Hypatia. Derramaría un océano entero por las mujeres y los hombres que antepusieron su necesidad de explicarse la realidad a todas las supersticiones, a su propia supervivencia.
Me inclino ante la sensibilidad y la lucidez y sí, yo también desearía venerar la religión de aquello que nos une, una religión sin dios ni preceptos, sólo miradas encontrándose y odios que se desintegran.
Y sigo buscando en mis semejantes un ápice de cordura tejido de curiosidad, aliento y amor.
Un destello enterrado en la noche que, a veces, sólo en contadas ocasiones, estalla y trae la luz a los lugares más insospechados, a los más corruptos y brutales.
Un hilillo de claridad con el que tejer cualquier esperanza.

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