viernes, 4 de diciembre de 2009

Sigue, no pares

Fue hace apenas unos meses. Empezábamos a vivir juntos y eso significaba verme inmersa en un ritmo que ya no era el mío. Y con ello llegó la falta de sueño y después el inevitable cansancio. Mi obstinación hizo el resto porque yo hacía como que no pasaba nada, todo debía ser perfecto y yo era lo suficientemente fuerte.
Por eso continué levatándome por las mañanas dándole la espalda a mi fatiga, esquivando mi debilidad. Si no los nombraba podrían desaparecer, pensaba.
Hasta el día que no pude más. Mi corazón entonces ya no latía, temblaba y se ahogaba en un océano oscuro y caprichoso; se estremecía aterrado ante los límites de mi anatomía.
Mi víscera esencial me decía, maliciosa y amenazante, que iba a rendirse, que ya no podía seguir. Y para convencerme de sus intenciones iba bajando el paso: 50, 40, 30 pulsaciones..
Detente, le suplicaba.
Durante aquel infierno el enemigo se me coló adentro y yo sólo pudo ser la testigo impotente de sus erráticos movimientos, aguardándole en mitad de una esperanza, de un miedo definitivo.
Y es que mi corazón, músculo pequeño y delicado como una mariposa en mitad de un huracán, es un grito de muerte y de finales injustos, pero sobre todo, es un inmenso grito de vida, una señal luminosa en mitad de la noche que me impulsa a vivir con intensidad, a amar, a crear, a luchar, a arriesgarme , a rebelarme, a compartir, a emocionar, a sentir cada latido como una razón suficiente para seguir buscando el color.

Sigue, no pares.

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