jueves, 11 de marzo de 2010

Él

Todavía no he descubierto de qué me escondo, lo que es seguro es que me he agotado de tanta inercia y tanta impostura. Tampoco cargo ya con certeza alguna o eso al menos me repito cada vez que tuerzo a  paso lento las esquinas del dogma y reniego de toda  necesidad de ser comprendido.
En mi soledad se han colado un millón de rayos de sol que besan mi cara sin pedirme nada a cambio, sin someterme a su embrujo con promesas de un después.
Antes cayeron las máscaras engañosas que le daban a mi rostro la textura firme y sólida de los que pueden ir  por el mundo con su cabeza  bien alta.
Pero yo prefiero estar agachado,  agazapado en la soledad invisible de mi imaginación y mis sentidos.  Abrazado por las palabras y los sonidos sin dueño y el mundo entero congelado  en una imagen que fascina mi mirada.
Lo grande hoy es sólo este instante y es grande porque yo lo hago crecer mientras me quedo quieto y lo saboreo al ritmo asimétrico de las notas desafinadas que se pierden en la nada.
El viaje ha comenzado, deplegué las alas para volar a un destino blanco que no existe y estallaron por fin los colores que mis ojos no habían alcanzado a contemplar. El azul de un pedazo de cielo en la noche, la tersura ocre de tus arrugas cansadas, el dulce timbre rosado de su voz escandalosa.
Me he dejado seducir por las inutilidades, contaminar por el desorden, atrapar por la soledad, desengañar de todas  las verdades y he soñado con la liberación definitiva, que es a lo único que puedo aspirar.

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