jueves, 5 de mayo de 2011

"Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo". Así comienza la historia. Con una declaración de intenciones de un niño que decide dejar la escuela para subirse a un ciruelo a contemplar el cielo y la misma nada.
No hacer nada... tentador y aterrador al mismo tiempo. Porque si dejase de hacer cosas dejaría de creer en ellas, aunque por otro lado, el hecho de hacer y hacer no termina por convencerme de nada.
Quizás, solo es cuestión de autoengañarse y hacer como que esto o aquello es importante. Te puedes dejar guiar por pequeñas punzaditas de placer, da igual si es un placer con sabor a sucedáneo. Paladéalo y a callar.

La cuestión es que si paras, estás perdido. Perdida.

(tarde de miércoles, decido salir a dar una vuelta, paso por una librería y me voy a inspeccionar el nuevo local al que van a trasladar el gimnasio, me cruzo con un compañero de trabajo y nos dedicamos a marujear un buen rato, en la bandeja de entrada hay un correo del gorrión en el que me dice que estoy guapa, que se ha emocionado al leerme y me ha sentido más cerquita, fantaseo con mandar a la mierda Saltando Muros porque a César hoy le ha faltado honestidad y yo me he roto un poco por dentro, duermo mal como todas las noches y me levanto saturada de incredulidad)

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